domingo, 14 de febrero de 2016

¿PRETÉRITO IMPERFECTO?



Esto, que está basado en hechos reales como cualquier telefilm americano de sobremesa, ocurrió tras una cena de amigos sexagenarios en una noche tormentosa equiparable quizá a la vivida tiempo atrás, muy atrás, por Lord Byron y compañía donde Mary Shelley alumbró su magnífico Frankenstein. Pero no va de terror ni de relatos truculentos, todo lo contrario, porque tras una cena de amigos y alrededor de una acogedora chimenea, donde algunos se atrevieron con el brandy, nadie se iba a entretener con chiquilladas de miedo ni nada por el estilo sino que se conversó sobre cosas más serias, entre otras, sobre las alteraciones químicas que la atracción sexual produce frente al fenómeno impredecible de la euforia virtuosa del alma, y que a juicio de más de uno, es solamente eso: efervescencias puramente químicas ocasionadas en el hipotálamo que hace que la persona tenga pensamiento y conducta obsesiva por el otro. Sin embargo no todos estaban de acuerdo en envolver el placer del enamoramiento en el celofán vil y materialista como algunos sostenían a machamartillo, y Anselmo, que es de lo más variopinto, nos sorprendió estando en total desacuerdo con ello y con todas esas sandeces resaltando lo hermoso de los sentimientos frente a las frías cavilaciones científicas fruto de una crueldad orwelliana cuando menos. Y para ello nos invitó a su pretérito preferido donde a través de un sugestivo viaje comenzó a narrar con mansedumbre de humanista sus peripecias preñadas de múltiples desencantos para corroborar lo que él creía. Con la pasión que impele los sentimientos limpios, Anselmo, comenzó a dar al relato el lirismo y la emoción propios de un trovador del medievo arrobado por el encanto de un sin fin de damiselas nacidas sin pecado venial. El ‘fundamentalista’ interlocutor, firme defensor de las reacciones químicas, lejos de pretender elogiar en demasía los amores verdaderos de los que llenan los poemas, soportaba con asombro como su amigo contaba que había sido toda su vida un enamoradizo irredento y que en más de una ocasión estos alardes platónicos habían hecho estragos en su alma de niño siendo la causa de ofrecer un aspecto bobalicón que le costaba cierto esfuerzo soslayar. Al creer notar cierta incredulidad en la audiencia de lo que exponía, el bueno de Anselmo trató de dar verosimilitud al relato insistiendo en la sinceridad de sus afirmaciones e imprimiendo el énfasis necesario que las hiciera creíbles, procurando no caer en la cursilería que sin duda sería aprovechada por la audiencia para general regocijo, y justificando así como el halo místico del sexo femenino le había perseguido hasta subyugarle en grado sumo. Contaba, con la melancolía digna del mejor romántico, que ya en los párvulos andaba arrobado por el encanto angelical de su señorita a la que contemplaba absorto. Remoloneaba tratando por quedarse a solas con ella y, cuando lo conseguía, siempre le espetaba: «tu madre espera en la puerta», rompiéndose así el hechizo no por causa de ella sino de su madre. 


Poco después, tras embelesarse con Elizabeth Taylor en Ivanhoe, hecho que le hizo ver la película no se cuantas veces, quedó prendado de un ángel rubio hija de un militar que habían destinado al pueblo. Bebía los vientos por la nívea púber de tal manera que hasta su semblante se mudaba hacia lacónicos lugares dando pié al maestro para mandarle al rincón de pensar sin sospechar el incauto que ello imprimiría más fuerza a su abstracción. La niña de sus ojos dejó de ir a clase por causa de un nuevo destino de su progenitor de manera que no pudo seguir admirando su belleza por más tiempo hecho que le ensimismó de tal modo que fue necesario un gran salto en el mismo que se deshiciera el sortilegio.
Ya en la pubertad, una campesina que bajaba con cierta asiduidad al pueblo le quitaba la respiración cada vez que veía sus sonrojadas mejillas prestas a la caricia. Su madre creía que la disnea sufrida por el adolescente era alergia lo que le venía que ni al pelo para disimular los síntomas del enamoramiento. De nuevo otra obra inacabada. Solo perduró la honda huella dejada por su vestido de percal al flamear al viento.

Más tarde, ubicados ya en la gran ciudad, una niña americana hija de un oficial destinado en la Base Militar le nublaba los sentidos dando rienda suelta a una fantasía de la que nunca fue mal despachado, pues ya se veía viviendo romances y aventuras por Cincinnati a pesar del escaso entusiasmo de la bella canéfora atribuible quizá a la raíz anglosajona de sus sentimientos. Comprendió sin esfuerzo la distancia que los separaba porque los suyos, que emanaban de Dante y Petrarca, eran sin duda los verdaderos. Por eso detestaba tanto al d. Juan como al Casanova por materialistas, crápulas y embaucadores capaces de comunicarse solo a través de feromonas y otras secreciones químicas que arrinconan los sentimientos. Sucumbir a los efectos del elixir de amor no amilanaba al locuaz Anselmo a pesar de la introducción de elementos puramente telúricos que a veces la vida le regalaba, porque la pasión con que relataba sus desvelos infantiles ocultaba todo lo demás ya que era tan tenaz en su empeño como prolijo en romances y ensoñaciones. 
Y así terminaba su periplo amoroso de mozalbete sin querer aburrir a la parroquia con otros de más avanzada edad queriendo demostrar con ello que no solo de pan vive el hombre sino que también se ha de otorgar más énfasis a las emociones que a las secreciones fruto de la bioquímica como defendía su principal oponente que seguía sosteniendo en el daño que había ocasionado Holywood y, sobre todo, Pretty woman. En él, sin embargo, había logrado sembrar, en unas ocasiones desconcierto y, en otras, piedad por los sufrimientos en la conquista de sus paraísos perdidos, pero contento, por otro lado, al saber que con la edad madura se le serenaría el espíritu y porque, al fin y al cabo, cuando se llega a cierta edad, tendemos a idealizar el pasado como si fuéramos los únicos protagonistas de este gran teatro. A Anselmo le contrariaba, empero, la aparente incredulidad y apatía del ‘materialista’ contertulio, pues no llegaba a entender que fuese tan austero consigo mismo ante tamaña sensibilidad, ni tampoco que hubiera malgastado su infancia y pubertad sin dedicar el tiempo necesario a su mundo interior: solo jugando a clavar la lima, saltar a dola, leyendo al Capitán Trueno o practicando la guerrilla a pedradas solo por marcar territorio.  


Después de despedirnos, no podía dejar de pensar en lo que con tanta sinceridad había desgranado Anselmo dado que en muchos retazos del relato me llegué a sentir identificado. Naturalmente que todo es fruto de innumerables procesos químicos, pensé tratando de justificarle, la vida misma lo es; pero, ¿Por qué no dejamos creer simplemente que es una de las sensaciones más extraordinarias que suceden? ¿Acaso somos científicos? Al diablo con todas las formulaciones químicas que se procesan allá donde se juntan los inescrutables caminos de la razón, porque, en aquellos tiempos pasados donde la vida sucedía tan despacio, soñábamos y volábamos, y todo eso, procesos químicos e impulsos eléctricos aparte, ya no nos lo puede quitar nadie.

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