miércoles, 2 de diciembre de 2009

El zumbido burlón -Cuento de Navidad-

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En aquella plomiza mañana de tupida niebla, lo que menos apetecía a Don Anselmo era salir a la calle por mucho que su mujer le azuzara, subliminalmente, en pos de los primeros recados mañaneros. D. Anselmo está fuerte y camina firme; lo demás, son achaques propios de la etapa sexagenaria por la que deambula.
Su mujer no se queja, pero enfatiza por todo lo que tiene que hacer, sobretodo, en el día de hoy. No sólo tiene que pensar en la comida del mediodía, sino también en la cena con todos los preparativos que la tiranía de estas fechas impone, y con todos los comensales. «Porque vienen todos tus hijos y algunos acompañados, sabes».
Él le responde que también son hijos suyos; es más, le recuerda que, según la distribución porcentual que su condición femenina se otorga a menudo, son más suyos que de él. Aunque con tal de que cumpla con los encargos mañaneros sabe también que, su señora, es capaz de establecer la igualdad ganancial de posesión que por matrimonio les corresponde.


Lo primero que hace al salir del portal es cubrir su rala cabeza con el sombrero de fieltro al que tiene especial cariño; luego, comprobar que, efectivamente, hace tanto frío como sospechaba, pues la mañana era realmente gélida como temió al vislumbrarla al otro lado de la ventana; y después, enfiló hacia la tahona de la oronda Mari en pos del recado marital, abriéndose paso entre la espesa niebla.


El agradable tintineo del sonajero chino de la puerta de la tahona, es como si anunciara de la agradable fragancia que satura el ambiente, embriagándote dulzón. Mari te recibe solícita con su amplia sonrisa de siempre, haciendo que suba el ánimo por muy desapacible que sea el día. Hoy le acompaña su ayudanta, guapísima, y D. Anselmo no comprende como los parroquianos no hacen cola cuando ella viene, que no son todos los días sino «cuando hay más faena», como dice la dueña. Conmina a su hijo menor que tire los tejos a la bella damisela, pero no hay forma. Y él no se los tira porque, piensa, que lo mismo le descalabra al devolverle alguno.

Antes de efectuar el pedido, y sin terminar la salutación que las fechas obligan, un zumbido intermitente se adueña del local sin que ninguna de ellas se alarme. Sorprendido al principio, pero haciendo gala del buen humor que le caracteriza, D. Anselmo trata de tranquilizarlas diciendo: «No será por mí, eh». «No, si es el horno que se ha estropeado» responde la inocente ayudanta con la otra mejor sonrisa del día. «Es que como en el banco ocurre lo mismo cuando entro, pues me había asustado creyendo que me persigue el dichoso zumbido» —prosiguió D. Anselmo con humor, preso ya del embriagador ambiente—.

—oooOooo—

— ¿En el banco le ocurre eso? —preguntó la ingenua ayudanta asombrada—.


— Si, sí, respondió. No creas que es cosa de Chiquito de la Calzada, que en la realidad también ocurre. Sin ir más lejos, el otro día al entrar en la sucursal cundió la alarma porque sonó la ídem. El cuadro fue digno del mejor Billy Wilder. El interventor se puso nerviosísimo subiéndosele los manguitos a los bíceps; el Director, no sabía donde meterse, y el cajero…


— ¿Qué le pasó al cajero? —preguntó la guapa ayudanta con asombro—.

— Ah, cara de ángel, el cajero cogió un arma que guardaba bajo el mostrador y se apuntó a la sien con ánimo de intimidarme.

— ¡Por Dios bendito! —exclamó la principianta—.

— Diablos, estaba blindado —se sorprendió la dueña que inquirió a continuación: «Pero D. Anselmo, si era para intimidarle tendría que haber apuntado hacia usted ¿No?—.

— Ya, pero es tan buena persona que no sabría que hacer con una pistola apuntando al frente. El caso
es que no tuve más remedio que tranquilizarles echando mano de esa voz de barítono que, como saben ustedes, Dios me ha dado y que hago uso de ella sólo en momentos clave: «Tranquilos muchachos, vengo a proponeros un trato».

— ¿Un trato? Prefiero darte un crédito —repuso el «dire» con autoridad, visiblemente nervioso—.


— Vamos Alex, le dije familiarmente. No quiero más créditos. Estoy harto. No ves que, encima, no los pago.


— Pues es verdad —dijo así como cayendo. De todas formas, menos un trato tuyo, cualquier cosa—.


— Estoy dispuesto a abonar mis deudas —dije ante el escepticismo de la parroquia. Con condiciones,
evidentemente. Y esas condiciones te atañen a ti. Ya sabes Alex: el que algo quiere, algo le cuesta—.

— Con tal de que abones lo que debes, que como no te haya tocado la lotería será imposible, haré un
esfuerzo por escucharte.

¡El muy rufián había dado en el clavo! ¿Cómo sabía que la suerte me había sido propicia recientemente? ¿Habría sido casual o verdaderamente tenía un sexto sentido? Claro, de otra forma, no estaría donde está. No en vano se había convertido en banquero gracias a la práctica del bello oficio de la extorsión y la usura, el muy pícaro, siendo esto lo que le valió para abandonar, tiempo atrás, el puesto de bancario asalariado.



— Se trata de que concedas microcréditos a interés simbólico y a devolver en cómodos plazos a todos aquellos que estén sin trabajo y verdaderamente necesitados. Elegiremos un grupo razonablemente numeroso —le dije sin creérmelo del todo—.

— Ah, vamos. Yo no se hacer esas cosas —dijo mintiendo sinceramente. Si fuese al contrario, tengo todas
las fórmulas, ya sabes. Además tendría que hacer cursillos acelerados y todo eso. Menudo rollo. Por otra parte ¿Qué gano en todo esto? ¿Te olvidas de que ahora soy banquero?—.

— No, no me olvido bribón. Ganarás paz en tu conciencia ¿Te parece poco? ¿Desde cuando no duermes a
pierna suelta, truhán? Yo también colaboraré enjugando parte del desembolso por los desmedidos intereses que me has repercutido con saña. El resto, de tu propio peculio. Y no hará falta cursillo alguno, «Mr. Scrooge», yo te diré como. Todo sea por nuestra vieja amistad, afortunadamente en desuso.

Y así, ante el asombro de sus empleados y del resto de la clientela, fui relatando y haciendo ver al granuja usurero que podría quedar en paz consigo mismo si hacía felices a aquellos pobres diablos ya que no era mala época para intentarlo. El que yo participara en el gasto era lo que más le llenó de júbilo a juzgar por el sospechoso brillo que apareció en sus ojillos de rata.


—oooOooo—

— ¿Le pasa algo D. Anselmo? ¿Se encuentra Usted bien?

La voz de Mary, que pareció salir de la ultratumba, y su mano zarandeándole el brazo, logró sobresaltarle. Otra vez había perdido la noción del tiempo ensimismándose de aquella manera que ya su mujer, en alguna ocasión, le había alertado. Tendría que visitar de nuevo al doctor, y no le hacía ni pizca de gracia.

Tenía delante de sus narices el encargo que Mari, primorosamente, había preparado con papel y cinta de regalo acompañado con la mejor de sus sonrisas que, aún sin ser fiestas, siempre obsequiaba de balde.

— Si Mary, gracias. Feliz Navidad —repuso azorado por haberse quedado tan absorto—.

— Feliz Navidad D. Anselmo —contestó ella con gesto de preocupación—.


— ¡D. Anselmo, el sombrero! —alertó la bella dependienta, señalando la parte superior de un barroco perchero de madera que, junto a un cuadro inglés, adornaba la entrada—.

— Gracias chiquilla —respondió murmurando de nuevo un montón de felicitaciones—.


Al salir al exterior, una brisa gélida no le acarició el rostro precisamente. La espesa niebla había desaparecido dejando paso al sol radiante que mora por estos lares dotando al límpido ambiente de una luz cegadora. Atusó el ala de su Stetson a lo Humphrey Bogart y miró al cielo para asegurarse que estaba despejado y nítido, señal inequívoca de un postrero frío demoledor. Acto seguido, se encaminó hacia el Kiosco de prensa de su amigo Antonio donde comentarían, como era de rigor, alguna que otra noticia de primera plana. Ni siquiera reparó en la sórdida sucursal bancaria que ocupaba la mejor esquina de la plaza. Ni que Alex, tocado con sombrero y pulcro abrigo de cashmere, se dispusiera a salir. Como él decía: «para ir a desayunar opíparamente sin cargo de conciencia, el muy ladrón»


«Esta noche, no nevará al menos», se dijo.




FIN





jueves, 10 de septiembre de 2009

MENSAJES, RECADOS Y OTROS SESGOS DOCTRINALES

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D. Antonio Canalejo Cantero alias «El braguitas», dicho con el mayor respeto y consideración, fue nuestro profesor de matemáticas durante los dos cursos de Maestría Industrial allá por el pleistoceno inferior situado en el año 67 del siglo pasado.
Sus métodos didácticos eran bastante buenos a juzgar por las pírricas notas promedias (sin que esto vaya en menoscabo de D. Antonio, faltaría más). Digo lo de promedias porque el insigne «profe» solía repetir de cuando en cuando (pegando su huidizo mentón al gaznate para lograr así la entonación grave y solemne que la transmisión requería):

«La ley de los grandes números es compensatoria» (…)

Si no era atribuible al tema de las notas, jamás entendí a que se refería.
¿Era un mensaje criptológico para que no lo pudiera captar nuestro pobre intelecto y poder descifrarlo más adelante una vez hubiese madurado el mismo? Jamás lo supe. La verdad es que si realmente hubiera despertado nuestra curiosidad, le habríamos preguntado que explicase aquella jerga febril. ¿O fui yo el único que se quedó con la duda?
Tampoco habría nada de extraño en ello dado mi cruel trayectoria por el mundo de las ciencias exactas, más parecido al periplo de Odiseo que a otra cosa.

Con el tiempo, sin embargo —y como me perseguía la, para mí, extraña cantinela—, supuse que todo aquello tenía que ver con la ley de las probabilidades, sobretodo, cuando vi una película cuyo argumento trataba sobre la vida de un jugador de casino. Es decir, la tendencia hacia el promedio de cualquier valor comprendido entre cero y uno. Lo extraño es que, si aquello se refería o relacionaba con la Estadística, cosa que no dimos y que no sabíamos ni lo que era, ¿Por qué demonios entonces nos golpeaba con el dichoso mensaje subliminal como si de la gota malaya se tratase?



La Fábula, que es otra forma de mensaje elevada a género literario y de la que generalmente concluye en alguna enseñanza o moraleja de carácter instructivo, lo entendió muy bien Esopo que logró cultivarla hasta la perfección haciendo más verosímiles a sus animales protagonistas que a los otros que lo leían.

El padre del Insigne Hidalgo, Príncipe de los Ingenios (cuyo nombre omito para no caer en cualquier ridículo homónimo), también dejó su impronta con las Novelas Ejemplares, llamadas así porque «no hay ninguna de quien no se pueda sacar un ejemplo provechoso» (1), sobretodo, de carácter moral, social o estético.


Lo de «Ridículo homónimo», quizá requiera alguna explicación por mi parte.
Veréis: yo no tengo ni la más maldita culpa de apedillarme igual que el Ingenioso sujeto, lo juro; y tampoco la tengo si algún insensato osa echar mano de las odiosas comparaciones. Bien es verdad que lo llevo con el estoicismo propio que me otorga mi más que humilde prosapia.
En la época de estudiante siempre cargué con el nombre de familia que me tocó en suerte y que tan afortunado les parecía a los demás, porque, por el simple hecho de portar tal crédito, ya tenía que ser el más brillante, lúcido e inteligente de todos. En ocasiones esto se venía abajo, sobre todo, cuando ocurría algún «gatillazo» al salir al encerado tratando de explicar la demanda del solícito «profe» de turno, donde, además, debía sentirme agradecido, cuando no halagado, por tal deferencia.

En cierta ocasión, más tarde, y ante el elogio que debía suponer para mí portar un apellido tan ilustre y después de una nefasta entrevista de trabajo, no tuve por menos que responder con despecho en vista del resultado: Sí señor; para servir a Dios y a usted, porque a mí no me sirve de ná. Huelga decir que al término del comentario quisieron darme el empleo, pero no acepté porque, el mismo, no resultaba ser basura (entonces no se utilizaba este término tan yankee), sino una auténtica mierda.


Siguiendo con el tema que hoy me trae hasta vosotros, un tal Jesús de Nazaret, el gran Rabí, utilizó la estratagema de las parábolas para hacer llegar a la plebe su mensaje de verdad espiritual porque suponía que, de otra forma, las rudimentarias mentes de aquellos pobres diablos que alrededor congregaba, no iban a entender de la misa a la mitad (lo de la misa, en verdad, sería un invento posterior, aunque lo cierto es que no estoy muy al tanto de estas averiguaciones).

Lo lamentable es que, aún hoy en día, utilicen la misma técnica pero convirtiéndolas en sermones, que aún es peor, para difundir lo mismo sin tener en cuenta la evolución neuronal (¿O es que piensan que no la hay?) obteniendo cada vez peores resultados. Señores o monseñores: pueden seguir utilizando el latín como antaño en vez de la lengua vernácula, porque para el caso da lo mismo. ¿Alguien en su sano juicio ha prestado alguna vez atención al sermón largado después del Evangelio aunque sea de San Mateo? Verdaderamente, se necesitan unas dotes de concentración realmente admirables.



En realidad, mal que bien, todo intento de comunicación tiene su lado positivo y, en algunos casos, hasta efectos admirables, destacando de entre todos, a mi modo de ver, el género Epistolario cuyo objetivo prioritario es la exposición de ideas de carácter didáctico, moralizador, o simplemente, lúdico. No hay nada más hermoso que una epístola o carta, y si es manuscrita aún mejor.
Pero resulta que una extraña ralea denominada políticos, usan y abusan para sus raquíticos mensajes de algo denominado Demagogia, adornándola con toda suerte de retórica y que podría encuadrarse dentro del «Discurso parenético» que, como sabemos, no tiene otro fin que persuadir, exhortar, estabular y, hasta en algunos casos, amonestar.
Y esta forma de mensajería se la pueden meter por donde les quepa, ya que, afortunadamente, de ellas pocas cosas se pueden extractar siendo, en todo caso, negativas de haber alguna. Afortunadamente ya no engañan a nadie a pesar de que piensan que somos lelos. Ahora la gente, la plebe, la horda, el vulgo, la turba (como en el fondo piensan que somos), se fía más de las opiniones de su entorno más cercano ya sea amigo, vecino o familiar, antes que del lechuguino engominado de verbo fácil que sale en cualquier medio de comunicación (y si éste, me refiero al medio, es afecto, mejor que mejor) con cara de peluche y de no haber roto nunca un plato. Y, para que se jodan, eso sí que ya va siendo progreso.


Por mi parte y como también quiero sacar alguna conclusión o extracto positivo, como si de una Novela Ejemplar se tratara, me propuse ya hace tiempo poner en práctica la tan traída y llevada compensación de los grandes números que «mensajeaba» nuestro querido «profe», por aquello del promedio, jugando siempre la misma combinación en la Primitiva, entendiendo, como dicen, que los diferentes sorteos efectuados guardan relación entre sí; pero, lamentablemente a su vez, ignorando cuantas vidas serían necesarias cumplir para que resultara el conjuro, porque empiezo a sospechar que se trata más de eso que de una ley por muy de grandes números que sea y gestione.
No desespero, sin embargo, ya que lo he convertido en un reto personal independientemente del ansiado premio. Confío, no obstante, que no ha de pasar mucho tiempo en que llame al Sr. Canalejo, al entrañable «braguitas» (si para entonces ambos lo contamos) para decirle que llevaba razón, que estaba en lo cierto, pero que es un malandrín que me ha tenido en vilo todo el tiempo.


(1) Lengua y Literatura. J. Manuel Blecua. 4ºcurso bachillerato laboral (2º de Oficialía). Aconsejo releer de nuevo al que lo tenga.

Francisco Cervantes gil
Granada. Septiembre 09

lunes, 15 de junio de 2009

Oda a «El Loria»

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Quisiera desgranar estas líneas que el cariño me dicta sin desembocar en la Elegía, pues no queremos llorar en modo alguno sino homenajear en todo caso, y aunque con sólo mi empeño sea quizá insuficiente para trasladarnos a aquella época, no voy a renunciar al disfrute de plasmar algunos momentos y andanzas que surgen al bucear en mi memoria.

Corría el año 61 la primera vez que vi a Amadeo Benito Aparicio. Me pareció, con aquellos pantalones cortos, un mozalbete rollizo, pecoso y más colorao que un tomate; con un disparo a puerta notoriamente destacable a edad tan temprana y cierto aire pueblerino dada su apariencia circunspecta y bonachona. Durante siete años coincidimos siempre en la misma Aula y, las más de las veces, en el mismo dormitorio ya que casi íbamos seguidos en el orden alfabético. Con el tiempo se convirtió en adalid de la algazara y la chanza llegando a ser un fino estilista de puro en ristre y copa corta.


El otro día, en mi habitual paseo vespertino en compañía de mi mujer y en un bar cercano donde solemos departir y ver pasar la vida a través de sus grandes ventanales, oí tras de mí una exclamación muy familiar: era característica tuya Amadeo, amigo. De inmediato me viniste a la memoria sirviendo de comentario entre nosotros por la coincidencia del aforismo o sentencia y ya no pude dejar de darle vueltas al asunto. Tanto me sorprendió que le pregunté al dueño del estridente vocablo su procedencia, porque obviamente ni él ni los paisanos que le acompañaban eran de estos Lares, diciéndome que era de Vitoria —si me llega a decir que de Aguilar de Campoo, además de erizárseme el vello le hubiera exigido el copyright—. Ya me parecía a mí.



Se que no te molesto allá donde estés porque fuimos grandes amigos en esos tiempos donde uno se cree invulnerable, talones incluido. Sin embargo, siento que te debo algo: un saludo, un abrazo o acaso un adiós; pero es que te fuiste tan intempestivamente y tan de improviso, que ni siquiera tuve tiempo de enunciar nada. Supongo que a todos nos pasó lo mismo.

Cuando aun resuenan los ecos de nuestro último encuentro, coges y te piras. Desde luego no puedo reprocharte tu huida ya que quien te reclamaba tiene un poder de convocatoria demoledor e ineludible. Lo entiendo. Y también se que lucharías con denuedo, bragado y de frente como a ti te gustaba ir y, a tenor de los resultados, ni aún así pudiste zafarte del infortunio, de la bestia. Ahora que de nuevo nos habíamos encontrado y rememorado peripecias, te largas y nos dejas a todos con un palmo de narices cuando más necesitados estábamos en cargar las pilas de la nostalgia, esas cuyo ácido deslavaza el paso del tiempo en un endiablado compás.


¿Qué fuerza tan irresistible y enigmática tiene esa llamada, Benito, que se adueña de nuestra voluntad y nos desarma? ¿Por qué se arroga ese poder de seducción que nos amilana y nos doblega? Y, por último, ¿Abduce como cuentan, o qué cojones es lo que se ha creído? Mira que te dije que no acudieras a la cita si se terciaba, cuando estuvimos hablando de lo mío ¿Recuerdas?, y donde referí no haber hecho ni puñetero caso a su convite. Ahora comprendo que no fue un reclamo como tal y que si salí ileso de la supuesta cita no se me ha de atribuir por ello mérito ni reconocimiento alguno, sino porque en realidad no ocurrió, de modo que no tengo, además, conciencia de que lo hiciera. Al final, todos tendremos que sucumbir, sin poder esquivarlo, al influjo de su infame llamada, esa que con tan malas artes practica y de la que se siente tan ufana y satisfecha, la muy bellaca. Y, por otro lado, ¿porqué no avisaste a tiempo? Habríamos improvisado entre todos un protocolo de emergencia para hacerla desistir de tan ruin felonía uniendo nuestras fuerzas como cuando ocurrió lo de la pintura en el encerado del aula, indecorosa a juicio de Fray Pampín. ¿O es que ya no te acuerdas que no pudieron con nosotros?

De aquel curso del 67 eres el tercero del aula que se va y ya está bien ¿sabes? Pero sé paciente y espera porque todo no van a ser malas noticias, hombre, seguro que allá adonde te destinen te vas a encontrar, entre otros, con el socarrón del «Puerta» apostado indolente en el umbral y esbozando aquella sonrisa de medio «costaíllo» a lo Richard Widmark que tanto le caracterizaba; te reprochará, sin duda ninguna, que no te sacaras el carné de juez y cronometrador ya que con él tendrías franca la entrada en muchos sitios interesantes de allí. Te encontrarás también, como no, con «Telesforo», tranquilón como siempre y pensando en voz alta; quizá podáis reeditar de nuevo la idea aquella del movimiento continuo que con tanto secreto pergeñasteis en comandita. Seguro que esta vez resultará exitosa porque allí no habrá rozamiento, supongo ¿no, Benito? Recuerda que el rozamiento era lo que, al final, hacía detener aquel artilugio giroscópico provisto de brazos opuestos y de deslizantes contrapesos; pero una cosa, Amadeo: si acaso lo consiguierais, por favor no lo divulguéis, pues, ya sabes que las grandes multinacionales están siempre ojo avizor y lo boicotearían sin piedad como seguramente han hecho con otros tantos inventos. Dejadlo para cuando nos reunamos todos en ese sitio, delicioso por otra parte ya que nadie regresa, y así lo celebraremos a lo grande.



Tú, tan sutil y taimado ¿Cómo te dejaste embaucar por el ente vaporoso y abstracto? Con tu pronto y tu carácter sólo se me ocurre una respuesta, y es que, preferiste irte en paz antes que sufrir los terribles efectos de una prórroga. Si es así, amigo Loria, dime donde hay que firmar que yo también me apunto. Por cierto, sé de la etimología de «Loria», no te creas; pero descuida, no la revelaré. Me la contó el «Pulpo», otro gran amigo tuyo. Es curioso, tú que pusiste apodos a casi todos los del Aula —que se lo pregunten al «Gance» si no—, resulta que nadie sabía lo que significaba el tuyo. Urdidor y maquiavélico, siempre anduviste presto para pasártelo en grande, truhán, y a veces altanero: un chulo, vamos; o es que ya no te acuerdas de cuando, con voz grave, decías: «donde me pongo yo, no se pone nadie» y al sentir sobre ti el peso de las miradas, asombradas e inquisidoras, de los que estaban alrededor por MOR de tan altiva frase, entonces sentenciabas ocurrente: «…Por la ley de la impenetrabilidad».

No creas, perillán, que te dedico estos guiños floreados y barrocos porque ya no estés y te hayas ido, pues también dejas un legado pródigo en fechorías y putadas, que para qué las prisas, dignas todas ellas del Clan de los de Aguilar revoltosos y bullangueros siendo tú el principal urdidor, que no hacedor, de todas las travesuras, pero tan sibilino que hacías ver que los verdaderos autores de las barrabasadas eran obra del «Tutini» o del «Mono»; del «Pulpo»menos porque era el más formal y probo. ¿O es que ya no te acuerdas, cabroncete, del «Tela huma» donde el «Tutini» era el encargado de avisar al incauto portador de la colilla que alojada por arte de birlibirloque en el bolsillo amenazaba abrasarlo, mientras tú y el «Mono» os descojonabais de la risa?; ¿o de los asaltos o «palos» a los armarios de aquellos que recibían generosos paquetes con chorizos y otras golosinerías del pueblo? A ver si ahora vas a pasar por un santo próvido de esos que tanto cuestionabas, granuja.


Al hilo de esto, en una ocasión me confesaste que no eras ateo como todo el mundo creía, merced a tus pintorescas imprecaciones laicistas, sino que también tenías tus creencias aunque bien es verdad que sin saber exactamente en qué. Ahí estuvimos los dos de acuerdo. Convendrás conmigo, después del paso del tiempo, que es tremendamente difícil poseer fuertes convicciones y, sobretodo, llegar a la esencia de las cosas. En ese sentido, querido Amadeo, sigo siendo el mismo. Dirás que es muy fácil quedarse al margen y otear a distancia, y es cierto, pero que quieres que te diga, en este asunto, ya que somos jóvenes, tiempo habrá para concreciones y exploraciones del pensamiento metafísico. Las dudas existenciales y metódicas, no hacen más que complicar las cosas, créeme. De modo que dejémoslo así, de momento. Let it be.

Bueno Loria, en acabando estoy. Podría, no obstante, relatar tantos lances y tantas peripecias que esto se haría largo de leer, aunque, donde el tiempo no existe como es tu caso, puede uno permitirse perder todo el que le de la gana ¿o no?; también de cuando nos fugábamos, en alguna ocasión, las clases del plasta aquél de Tecnología que no se enteraba de la película ni de quien faltaba, por ejemplo; o cuando nos quedábamos en la habitación, durmiendo al tener el Taller a tempranas horas y no acudíamos a él, turnándonos claro no dos a la vez ya que podría resultar muy llamativo, y todo porque el profe de Ajuste, con su despiste oceánico, ni siquiera reparaba de la ausencia en aquel banco vacío. Aunque, fíjate, de esto no estoy tan seguro de que tú lo hicieras, en estas facetas eras algo más serio que todo eso, en contra de lo que pudiera parecer. Debes perdonarme si el paso del tiempo desvirtúa algunos de los pasajes que te dedico, pues, ya sabes que a estas edades suele producirse cierto prolapso en las neuronas cuando no se aletargan o descomponen, que esa es otra. OH, vamos! No te inquietes amigo, ya no estamos en la UNI, ahora podemos contar estas cosas. Que se jodan.


Desconozco si alguno de nosotros estuvo en tu entierro en Aguilar, sé únicamente lo que contó el «Sentella» que lo supo de primera mano ¿Recuerdas? Sánchez Sentella (con ese de Sevilla), el «Tirillas», que nos puso al corriente de todo lo sucedido. Al menos estuvo en representación de los demás, cosa que agradecemos, porque, ¿sabes Benito? Todos te recordamos, y lo hacemos por lo buen tipo que fuiste; por lo fuerte que le pegabas al balón, el que más fuerte; por formar la medular del equipo de fútbol conmigo —siguiendo a pies juntillas las indicaciones de Telesforo—, un honor; por ser el mejor tornero, bueno el mejor no, el que más trabajo sacaba porque eras un currante nato; por zaragata, travieso y bromista empedernido aunque lo disimulabas muy bien; y por ser de los más brutos en cuanto a imprecaciones se refiere, porque, mira que eras bestia, macho. Por todo eso, y por muchas más cosas, te recordaremos amigo. Ah! Y no te fíes de nadie allá donde te envíen o destinen, sigue en guardia y mantén los ojos abiertos como siempre, igual que cuando esperabas que se invirtiera algunas de las putadillas con que obsequiabas a la concurrencia, revoltoso. Detecta a tiempo las trampas y los engaños, que en sitios extraños nunca se sabe; recuerda siempre también que en ningún sitio atan los perros con longanizas y que, por el contrario, en todos ellos cuecen habas.


Hasta siempre, Loria.


francisco cervantes gil.
Granada, Junio 2009.

sábado, 9 de mayo de 2009

La Uni y su Educación Física.

Absorto mirando el paso de cierta comitiva en una mañana de domingo, me llamó la atención que, entre todo aquel tumulto sudoroso y abnegado que trotaba altanero, hubiera muy poca gente joven.


Se trataba de una carrera popular de esas que organizan los patronatos de deportes locales y que suelen celebrarse los domingos por razones obvias. Concretamente, ésta se desarrollaba durante una mañana radiante de las que a menudo acontecen por aquí y que invitan, por su quietud y sosiego, a ver todo lo que se mueve o perturba, y en este caso era un séquito peculiar capaz de rasgar, espontáneo y animoso, el tedio matutino.

Y es que, curiosamente, la mayoría de la gente que hace algún tipo de deporte, suele hacerlo como terapia y no por placer ni recreo, y no hablo sólo de los que pueblan las llamadas rutas del colesterol tan en boga hoy día para desembarazarse de lo que en otros sitios adolecen y que hay en casi todas las ciudades, sino en general.



Momentos antes del citado encuentro, había retirado el periódico del kiosco de mi amigo Antonio, departiendo antes, como es habitual en nosotros, las curiosidades de las primeras páginas de los diarios que él ordena primorosamente en el estante inferior de su querido templete; aguantando como es de rigor, entre coñas y últimamente de forma más que habitual, las críticas mordaces que me lanza con sorna descabellada por causa del «Madrí» de mis entretelas.

Tengo que ser prudente esta temporada y no puedo devolvérselas por la impresionante marcha del Barça, así que, he de morderme la lengua si no quiero hacerlo con el polvo. Mascullé algo, por tanto, miré de soslayo, fuime y no hubo nada.

Sigo después por la acera, sumido en recuerdos por los comentarios lacerantes de mi amigo Antonio cuando, a medida que me voy acercando a la tahona de la oronda Mari, mis pituitarias resurgen avispadas saturándose de esencias mil, emanadas del establecimiento que regenta. Mari, todo ella lozana y fresca, repite y repite tu nombre hasta la saciedad mientras envuelve, con asepsia de cirujano, el pan recién salido del horno, y es que no sólo te aturde la fragancia de ese pan recién hecho, amén del resto de bollerías y pasteles que despiertan la gula al más frío de los parroquianos, sino su extrema afabilidad y cortesía.

Mi mujer, que es sabia y perspicaz escrutadora del comportamiento humano, dice que, por lo general, los lugareños de aquí no suelen comportarse así, salvo que vendan algo, entonces se convierten en seres entrañables y simpatiquísimos. Cierto que la sociedad granaína es, a menudo, coriácea y hermética, pero lo es hasta que logras penetrarla, y entonces, claro, te conviertes automáticamente, como en la película de Scorsese, en Uno de los nuestros, mientras tanto, no eres más que un intruso condenado a soportar la «mala follá» que impera y flota en el ambiente como un espectro.


Yo, sin embargo, a riesgo de ser políticamente correcto, suelo quitar hierro al asunto aduciendo tintes extraños por aquello de la mezcolanza de culturas y, sobretodo, a una timidez supina auspiciada por cierto complejo de inferioridad, o quizá también, a la ausencia de notoriedad, de la que suele hacer gala esta gente humilde por demás.

Me alejo con el encargo marital bajo el brazo, no vaya a ser que mi mujer arroje sobre mí alguna de sus perspicaces predicciones tan acertadas a veces que parecen salidas del Oráculo de Delfos, dejando atrás el aroma a canela y miel propio del tiempo de torrijas y de liturgias que corren, con ánimo de alcanzar la cafetería donde saciar la «gusa» primeriza.


Soy urbanita tardío. Lo siento si hiero la susceptibilidad de aquellos que se solazan al pié de una encina oyendo el canto de las cigarras, pero me gusta la ciudad y sus gentes; tener todo a mano y cruzarte con el vecindario para hablar o, simplemente, intercambiar saludos, me produce cierto regocijo y me deprimo los días de fiesta ante la ausencia del mundanal ruido; el ritmo latente de la vida, me proporciona, en ausencia del para nada añorado stress, la presión de pilotaje que necesito.

Me encamino, como digo, rumbo al local donde dispensan un desayuno del que doy buena cuenta a diario y que degusto con fruición en compañía del Oráculo de Delfos, cuando a la altura de la farmacia de los Vera, y nada más cruzar la Avenida de Barcelona de este Zaidín Granatensis, me veo sorprendido por un tropel de atletas, silbatos de guardias, vallas y demás cachivaches que el séquito de una carrera de éstas lleva consigo y de la que hacía referencia antes del paréntesis costumbrista.

Y en estas estaba cuando me llamó la atención el hecho de que la mayoría de los integrantes de tan variopinta marcha estuviera metidita en años y sin apenas jóvenes que soportaran esfuerzo alguno, e inmediatamente vino a mi memoria el gran caladero de morralla fresca y presta (y no presta) a dar giros alrededor de una pista de ceniza de trescientos metros, de cuando yo era un mozalbete y sin nadie que nos explicara nunca a qué demonios venía tanto sacrificio y, sobretodo, tantas vueltas.


A riesgo de estar equivocado en mis apreciaciones, recuerdo el papel tan importante que supuso el deporte por nosotros vivido en la Uni, y sin impartirse como paradigma de nada, creo que fue un complemento perfecto dentro de la formación que recibimos, aunque quizá sobraran otros que, probablemente, nos llevarían a un interesante debate.

Impresionado me quedé, supongo que al igual que todos, al contemplar, por primera vez, aquellas magníficas instalaciones deportivas que, por doquier, salpicaban el recinto de «la laboral» y que, probablemente, contribuyera a que fuésemos mejores personas, porque, la solidaridad, el tesón, el esfuerzo, el espíritu de lucha, el sacrificio y la superación, encuentran en el deporte y en su conocimiento, el caldo de cultivo necesario para su desarrollo.


Y la afición que en nosotros nació por la práctica del deporte impartido por aquellos magníficos profesores que nos hacían correr hasta perder el resuello, nos permitió conocer prácticas deportivas inauditas e ignoradas hasta entonces, como el Atletismo. Siempre fui un entusiasta del deporte en general, y aunque sin destacar en nada, formaba parte de todos los equipos de las aulas por las que pasaba, ya fueran de fútbol, de balonmano, de baloncesto y hasta de balonvolea (hoy voleibol. Sic), hasta llegar a convertirme en juez y cronometrador de atletismo gracias a mi amigo «El Puerta» al que le mando un abrazo allá donde esté.

Mis otros amigos Mariano y Garcillán (a los que no mando nada porque nos comunicamos con alguna asiduidad) recordarán como nos convertimos en auténticos «eruditos» en el mundo del atletismo conocedores de grandes efemérides, atletas, marcas, fechas y lugares. Posteriormente, el carné de Juez y Cronometrador nos valió, ¿verdad Miki?, para entrar en todos los estadios de fútbol, incluido en el del Atleti que ya era complicado aquello, y hasta en la piscina del Parque Sindical; únicamente, nos faltó poder entrar con él a los bailes y a las discotecas.


Bromas aparte, el caso es que creo, que mientras los que diseñan los modelos educativos no piensen en la Educación Física, no ya como piedra angular, sino simplemente como materia aglutinadora de ciertos valores dentro de la enseñanza, ésta quedará ciertamente incompleta, si es que no queda abonada al fracaso y, si es así, por ende, fracasaremos todos.

Al hilo de lo que motiva este extenso comentario y que ya tenéis ganas de leer, (un terrón de azúcar para los que hayan llegado hasta aquí) como decía, me resultó extraño ver a tan poca gente joven en esas carreras de fondo que se organizan ya sean de maratón, media maratón o de campo a través. Y es que, ni en los colegios ni en la universidad, parece que se fomente la práctica de deporte alguno, al menos, con la profusión y entrega con la que antes se hacía, como si, actualmente, la educación estuviese reñida con el deporte.

Craso error, pienso, de la Administración y no es de extrañar tal como se desarrolla la educación en nuestro país y tal como está la Administración, porque, ¿qué fue de la esencia de aquella «Educación Física» de obligado cumplimiento que antaño se codeaba con el resto de asignaturas? ¿Dónde se oculta ahora? ¿Quizá deambulando plebeya y furtiva por algún sitio recóndito en espera de cobijo y reconocimiento?, ¿O quizá oculta tras los visillos (Serrat, dixit) de algún ministerio con un dedo de polvo encima?, cuando debiera ser, por los valores que encierra, de suma importancia en cualquier modelo educativo que se precie.

No creo que se deba a que los jóvenes no les guste sudar la camiseta, sino que estas cosas cada vez entran menos en los ciclos formativos no siendo culpa de los jóvenes sino del sistema implantado a socaire de la ideología política que en cada momento toca. La Educación debe ofrecer, ante todo, eficacia, pero también valores y principios. Mal vamos si dejamos que alumnos con cuatro materias suspendidas, por ejemplo, pasen al siguiente curso y encima los dejamos solos de vuelta a casa teniendo como único modelo educativo la televisión.

Habría que exigir que la Escuela Pública subiera el listón de la calidad quedando al margen de la política de turno. Los gobiernos deberían dejar de usar las reformas educativas como parte de su contubernio electoral, pues sólo desde la educación es posible una sociedad avanzada y progresista. Y en cuanto a la Universidad pública, nunca pensé que funcionara tan mal hasta que no envié a mi primer hijo. Desde la desidia y despotismo del profesorado (no todos) y clases, hasta la abulia e indolencia del alumnado abandonado cada uno a su suerte. En estos detalles se nota que aún nos falta camino por recorrer para adecuarnos al resto de los países de Europa, pues, fomentando gente perezosa y exenta de valores no iremos a ninguna parte, aunque siempre nos quedará Bolonia.


A propósito del tan traído y llevado Tratado, me resisto a creer que sea tan malo algo que pretende aunar criterios y compatibilizar materias y títulos con el resto de las universidades europeas, sobretodo, cuando el prestigio de nuestra universidad no goza de muchas simpatías allende las fronteras, debe haber algo más, y ése algo más me atrevería a anticipar que tiene que ver con el esfuerzo y la dedicación, pero por parte de todos.

Sin ahondar demasiado en el Plan de marras, observo algunas cosas interesantes que, por otra parte, confirman mis sospechas. Entre otras, se trata de exigir más trabajo individual y más tutorías con respecto al profesorado; docencia menos basada en la enseñanza y más en el aprendizaje. Esto es seguro que algunos lo practican desde hace tiempo, pero la gran mayoría opta por la queja fácil del bajo nivel y el desinterés del alumnado a los que, en muchos casos, «conviene» aprobar para no tener líos; los estudiantes, por su parte, temiendo cualquier cambio que les saque del letargo habitual y les obligue a esforzarse un poco más, muestran su disconformidad inherente a su condición y que es sintomático que se avive por este hecho…, y así nos va, porque ni siquiera se molesta nadie en informar adecuadamente, y es que la idiosincrasia latina y mediterránea es así; siempre he creído que la latitud condiciona y mucho, así que no sólo haría falta el paso de generaciones para un cambio de mentalidad que hiciera cambiar algunos trazos de nuestro carácter pintoresco, sino eras, o quizá un cambio climático de tecnología inverter (como los aparatos de aire acondicionado) para que la latitud condicione negativamente hacia arriba, en vez de hacia abajo.

En fin, es una opinión, probablemente equivocada, que me vais a permitir que exprese a pesar de todo.


Volviendo a lo de antes, me parece, según he leído por ahí, que estamos situados en los últimos peldaños en cuanto a la práctica de deportes se refiere, y que en la edad adulta disfrutamos de un pírrico porcentaje, similar al de la lectura, de practicantes de deporte en general.

Otro día leí (dado mi condición de prejubilado, dispongo de cierto tiempo libre, aunque no creáis, a veces me falta) que una veintena de empresas de la localidad, iban a participar en una liga de Pádel que habían organizado para competir entre sí, y como en las empresas, este tipo de prácticas ha estado, casi siempre, desdeñada cuando no proscrita, pues me sentí atraído por la noticia, y todavía más cuando vi que el gerente de una de ellas comentaba: «Creemos que ésta iniciativa podrá servir para fomentar la solidaridad, el trabajo en equipo y estrechar los lazos de unión entre los trabajadores». Enternecedor, cuando menos. A este loco lo echarán pronto, pensé.

En otro artículo titulado: «El drama y la solidaridad de Manute», se refleja lo que trato (no sé si con algún éxito) de reseñar en «éste coñazo de comentario» (como diría un politiquillo al creer que le han desconectado el micrófono). Manute Bol fue uno de los jugadores más altos de la NBA (2,31 metros) y decía en el artículo: «Mi sueño es construir escuelas y canchas de deportes en Sudán, porque gracias a la educación y al sacrificio se puede tener una vida decente, encontrar un empleo y progresar». Que estas reflexiones provengan de un individuo de escasa formación que nunca fue al colegio en Sudán y que pasó su juventud al cuidado del ganado hasta que fueron detectadas sus dotes baloncestísticas y no se les ocurra a nuestros gurús políticos, da que pensar.

Y es que, mientras los gobiernos, administraciones y otros grupos de «bien vivir» no se conciencien (aunque no den votos) de que la Educación Física o como quieran llamarla, deje de ser la hermana pobre en la educación y la conviertan en un valor en alza para la formación de los alumnos, erigiéndola en adalid de valores como la capacidad de sacrificio, superación, trabajo en equipo, esfuerzo y, sobretodo, solidaridad con los demás; creo sinceramente, que hasta que esto no suceda, estaremos abocados como sociedad, a cierto fracaso y sin la capacidad necesaria para progresar…, adecuadamente.

Dicho todo lo anterior, evoco, a menudo y con nostalgia, la importancia que, creo, tuvo la Educación Física y el deporte en general en nuestra Uni y, desde luego, en nuestra formación.

Hasta pronto.

F. Cervantes Gil
Granada, Abril 2009