sábado, 9 de mayo de 2009

La Uni y su Educación Física.

Absorto mirando el paso de cierta comitiva en una mañana de domingo, me llamó la atención que, entre todo aquel tumulto sudoroso y abnegado que trotaba altanero, hubiera muy poca gente joven.


Se trataba de una carrera popular de esas que organizan los patronatos de deportes locales y que suelen celebrarse los domingos por razones obvias. Concretamente, ésta se desarrollaba durante una mañana radiante de las que a menudo acontecen por aquí y que invitan, por su quietud y sosiego, a ver todo lo que se mueve o perturba, y en este caso era un séquito peculiar capaz de rasgar, espontáneo y animoso, el tedio matutino.

Y es que, curiosamente, la mayoría de la gente que hace algún tipo de deporte, suele hacerlo como terapia y no por placer ni recreo, y no hablo sólo de los que pueblan las llamadas rutas del colesterol tan en boga hoy día para desembarazarse de lo que en otros sitios adolecen y que hay en casi todas las ciudades, sino en general.



Momentos antes del citado encuentro, había retirado el periódico del kiosco de mi amigo Antonio, departiendo antes, como es habitual en nosotros, las curiosidades de las primeras páginas de los diarios que él ordena primorosamente en el estante inferior de su querido templete; aguantando como es de rigor, entre coñas y últimamente de forma más que habitual, las críticas mordaces que me lanza con sorna descabellada por causa del «Madrí» de mis entretelas.

Tengo que ser prudente esta temporada y no puedo devolvérselas por la impresionante marcha del Barça, así que, he de morderme la lengua si no quiero hacerlo con el polvo. Mascullé algo, por tanto, miré de soslayo, fuime y no hubo nada.

Sigo después por la acera, sumido en recuerdos por los comentarios lacerantes de mi amigo Antonio cuando, a medida que me voy acercando a la tahona de la oronda Mari, mis pituitarias resurgen avispadas saturándose de esencias mil, emanadas del establecimiento que regenta. Mari, todo ella lozana y fresca, repite y repite tu nombre hasta la saciedad mientras envuelve, con asepsia de cirujano, el pan recién salido del horno, y es que no sólo te aturde la fragancia de ese pan recién hecho, amén del resto de bollerías y pasteles que despiertan la gula al más frío de los parroquianos, sino su extrema afabilidad y cortesía.

Mi mujer, que es sabia y perspicaz escrutadora del comportamiento humano, dice que, por lo general, los lugareños de aquí no suelen comportarse así, salvo que vendan algo, entonces se convierten en seres entrañables y simpatiquísimos. Cierto que la sociedad granaína es, a menudo, coriácea y hermética, pero lo es hasta que logras penetrarla, y entonces, claro, te conviertes automáticamente, como en la película de Scorsese, en Uno de los nuestros, mientras tanto, no eres más que un intruso condenado a soportar la «mala follá» que impera y flota en el ambiente como un espectro.


Yo, sin embargo, a riesgo de ser políticamente correcto, suelo quitar hierro al asunto aduciendo tintes extraños por aquello de la mezcolanza de culturas y, sobretodo, a una timidez supina auspiciada por cierto complejo de inferioridad, o quizá también, a la ausencia de notoriedad, de la que suele hacer gala esta gente humilde por demás.

Me alejo con el encargo marital bajo el brazo, no vaya a ser que mi mujer arroje sobre mí alguna de sus perspicaces predicciones tan acertadas a veces que parecen salidas del Oráculo de Delfos, dejando atrás el aroma a canela y miel propio del tiempo de torrijas y de liturgias que corren, con ánimo de alcanzar la cafetería donde saciar la «gusa» primeriza.


Soy urbanita tardío. Lo siento si hiero la susceptibilidad de aquellos que se solazan al pié de una encina oyendo el canto de las cigarras, pero me gusta la ciudad y sus gentes; tener todo a mano y cruzarte con el vecindario para hablar o, simplemente, intercambiar saludos, me produce cierto regocijo y me deprimo los días de fiesta ante la ausencia del mundanal ruido; el ritmo latente de la vida, me proporciona, en ausencia del para nada añorado stress, la presión de pilotaje que necesito.

Me encamino, como digo, rumbo al local donde dispensan un desayuno del que doy buena cuenta a diario y que degusto con fruición en compañía del Oráculo de Delfos, cuando a la altura de la farmacia de los Vera, y nada más cruzar la Avenida de Barcelona de este Zaidín Granatensis, me veo sorprendido por un tropel de atletas, silbatos de guardias, vallas y demás cachivaches que el séquito de una carrera de éstas lleva consigo y de la que hacía referencia antes del paréntesis costumbrista.

Y en estas estaba cuando me llamó la atención el hecho de que la mayoría de los integrantes de tan variopinta marcha estuviera metidita en años y sin apenas jóvenes que soportaran esfuerzo alguno, e inmediatamente vino a mi memoria el gran caladero de morralla fresca y presta (y no presta) a dar giros alrededor de una pista de ceniza de trescientos metros, de cuando yo era un mozalbete y sin nadie que nos explicara nunca a qué demonios venía tanto sacrificio y, sobretodo, tantas vueltas.


A riesgo de estar equivocado en mis apreciaciones, recuerdo el papel tan importante que supuso el deporte por nosotros vivido en la Uni, y sin impartirse como paradigma de nada, creo que fue un complemento perfecto dentro de la formación que recibimos, aunque quizá sobraran otros que, probablemente, nos llevarían a un interesante debate.

Impresionado me quedé, supongo que al igual que todos, al contemplar, por primera vez, aquellas magníficas instalaciones deportivas que, por doquier, salpicaban el recinto de «la laboral» y que, probablemente, contribuyera a que fuésemos mejores personas, porque, la solidaridad, el tesón, el esfuerzo, el espíritu de lucha, el sacrificio y la superación, encuentran en el deporte y en su conocimiento, el caldo de cultivo necesario para su desarrollo.


Y la afición que en nosotros nació por la práctica del deporte impartido por aquellos magníficos profesores que nos hacían correr hasta perder el resuello, nos permitió conocer prácticas deportivas inauditas e ignoradas hasta entonces, como el Atletismo. Siempre fui un entusiasta del deporte en general, y aunque sin destacar en nada, formaba parte de todos los equipos de las aulas por las que pasaba, ya fueran de fútbol, de balonmano, de baloncesto y hasta de balonvolea (hoy voleibol. Sic), hasta llegar a convertirme en juez y cronometrador de atletismo gracias a mi amigo «El Puerta» al que le mando un abrazo allá donde esté.

Mis otros amigos Mariano y Garcillán (a los que no mando nada porque nos comunicamos con alguna asiduidad) recordarán como nos convertimos en auténticos «eruditos» en el mundo del atletismo conocedores de grandes efemérides, atletas, marcas, fechas y lugares. Posteriormente, el carné de Juez y Cronometrador nos valió, ¿verdad Miki?, para entrar en todos los estadios de fútbol, incluido en el del Atleti que ya era complicado aquello, y hasta en la piscina del Parque Sindical; únicamente, nos faltó poder entrar con él a los bailes y a las discotecas.


Bromas aparte, el caso es que creo, que mientras los que diseñan los modelos educativos no piensen en la Educación Física, no ya como piedra angular, sino simplemente como materia aglutinadora de ciertos valores dentro de la enseñanza, ésta quedará ciertamente incompleta, si es que no queda abonada al fracaso y, si es así, por ende, fracasaremos todos.

Al hilo de lo que motiva este extenso comentario y que ya tenéis ganas de leer, (un terrón de azúcar para los que hayan llegado hasta aquí) como decía, me resultó extraño ver a tan poca gente joven en esas carreras de fondo que se organizan ya sean de maratón, media maratón o de campo a través. Y es que, ni en los colegios ni en la universidad, parece que se fomente la práctica de deporte alguno, al menos, con la profusión y entrega con la que antes se hacía, como si, actualmente, la educación estuviese reñida con el deporte.

Craso error, pienso, de la Administración y no es de extrañar tal como se desarrolla la educación en nuestro país y tal como está la Administración, porque, ¿qué fue de la esencia de aquella «Educación Física» de obligado cumplimiento que antaño se codeaba con el resto de asignaturas? ¿Dónde se oculta ahora? ¿Quizá deambulando plebeya y furtiva por algún sitio recóndito en espera de cobijo y reconocimiento?, ¿O quizá oculta tras los visillos (Serrat, dixit) de algún ministerio con un dedo de polvo encima?, cuando debiera ser, por los valores que encierra, de suma importancia en cualquier modelo educativo que se precie.

No creo que se deba a que los jóvenes no les guste sudar la camiseta, sino que estas cosas cada vez entran menos en los ciclos formativos no siendo culpa de los jóvenes sino del sistema implantado a socaire de la ideología política que en cada momento toca. La Educación debe ofrecer, ante todo, eficacia, pero también valores y principios. Mal vamos si dejamos que alumnos con cuatro materias suspendidas, por ejemplo, pasen al siguiente curso y encima los dejamos solos de vuelta a casa teniendo como único modelo educativo la televisión.

Habría que exigir que la Escuela Pública subiera el listón de la calidad quedando al margen de la política de turno. Los gobiernos deberían dejar de usar las reformas educativas como parte de su contubernio electoral, pues sólo desde la educación es posible una sociedad avanzada y progresista. Y en cuanto a la Universidad pública, nunca pensé que funcionara tan mal hasta que no envié a mi primer hijo. Desde la desidia y despotismo del profesorado (no todos) y clases, hasta la abulia e indolencia del alumnado abandonado cada uno a su suerte. En estos detalles se nota que aún nos falta camino por recorrer para adecuarnos al resto de los países de Europa, pues, fomentando gente perezosa y exenta de valores no iremos a ninguna parte, aunque siempre nos quedará Bolonia.


A propósito del tan traído y llevado Tratado, me resisto a creer que sea tan malo algo que pretende aunar criterios y compatibilizar materias y títulos con el resto de las universidades europeas, sobretodo, cuando el prestigio de nuestra universidad no goza de muchas simpatías allende las fronteras, debe haber algo más, y ése algo más me atrevería a anticipar que tiene que ver con el esfuerzo y la dedicación, pero por parte de todos.

Sin ahondar demasiado en el Plan de marras, observo algunas cosas interesantes que, por otra parte, confirman mis sospechas. Entre otras, se trata de exigir más trabajo individual y más tutorías con respecto al profesorado; docencia menos basada en la enseñanza y más en el aprendizaje. Esto es seguro que algunos lo practican desde hace tiempo, pero la gran mayoría opta por la queja fácil del bajo nivel y el desinterés del alumnado a los que, en muchos casos, «conviene» aprobar para no tener líos; los estudiantes, por su parte, temiendo cualquier cambio que les saque del letargo habitual y les obligue a esforzarse un poco más, muestran su disconformidad inherente a su condición y que es sintomático que se avive por este hecho…, y así nos va, porque ni siquiera se molesta nadie en informar adecuadamente, y es que la idiosincrasia latina y mediterránea es así; siempre he creído que la latitud condiciona y mucho, así que no sólo haría falta el paso de generaciones para un cambio de mentalidad que hiciera cambiar algunos trazos de nuestro carácter pintoresco, sino eras, o quizá un cambio climático de tecnología inverter (como los aparatos de aire acondicionado) para que la latitud condicione negativamente hacia arriba, en vez de hacia abajo.

En fin, es una opinión, probablemente equivocada, que me vais a permitir que exprese a pesar de todo.


Volviendo a lo de antes, me parece, según he leído por ahí, que estamos situados en los últimos peldaños en cuanto a la práctica de deportes se refiere, y que en la edad adulta disfrutamos de un pírrico porcentaje, similar al de la lectura, de practicantes de deporte en general.

Otro día leí (dado mi condición de prejubilado, dispongo de cierto tiempo libre, aunque no creáis, a veces me falta) que una veintena de empresas de la localidad, iban a participar en una liga de Pádel que habían organizado para competir entre sí, y como en las empresas, este tipo de prácticas ha estado, casi siempre, desdeñada cuando no proscrita, pues me sentí atraído por la noticia, y todavía más cuando vi que el gerente de una de ellas comentaba: «Creemos que ésta iniciativa podrá servir para fomentar la solidaridad, el trabajo en equipo y estrechar los lazos de unión entre los trabajadores». Enternecedor, cuando menos. A este loco lo echarán pronto, pensé.

En otro artículo titulado: «El drama y la solidaridad de Manute», se refleja lo que trato (no sé si con algún éxito) de reseñar en «éste coñazo de comentario» (como diría un politiquillo al creer que le han desconectado el micrófono). Manute Bol fue uno de los jugadores más altos de la NBA (2,31 metros) y decía en el artículo: «Mi sueño es construir escuelas y canchas de deportes en Sudán, porque gracias a la educación y al sacrificio se puede tener una vida decente, encontrar un empleo y progresar». Que estas reflexiones provengan de un individuo de escasa formación que nunca fue al colegio en Sudán y que pasó su juventud al cuidado del ganado hasta que fueron detectadas sus dotes baloncestísticas y no se les ocurra a nuestros gurús políticos, da que pensar.

Y es que, mientras los gobiernos, administraciones y otros grupos de «bien vivir» no se conciencien (aunque no den votos) de que la Educación Física o como quieran llamarla, deje de ser la hermana pobre en la educación y la conviertan en un valor en alza para la formación de los alumnos, erigiéndola en adalid de valores como la capacidad de sacrificio, superación, trabajo en equipo, esfuerzo y, sobretodo, solidaridad con los demás; creo sinceramente, que hasta que esto no suceda, estaremos abocados como sociedad, a cierto fracaso y sin la capacidad necesaria para progresar…, adecuadamente.

Dicho todo lo anterior, evoco, a menudo y con nostalgia, la importancia que, creo, tuvo la Educación Física y el deporte en general en nuestra Uni y, desde luego, en nuestra formación.

Hasta pronto.

F. Cervantes Gil
Granada, Abril 2009