domingo, 26 de abril de 2015

No es lo mismo

Si Monipodio levantara la cabeza su grado de estupefacción no tendría límites al comprobar como establecen paralelismos, sin el análisis adecuado, entre su vieja escuela y la actual. Cuando osan comparar ambos comportamientos, hasta al maestro de rateros por antonomasia se le tiene que erizar el bigote. Y con razón, porque los individuos de las hazañas de una gran parte de la literatura del Siglo de Oro, denominada Género Picaresco, solo aguzaban su ingenio frente a la opulencia con el único fin de saciar el hambre que los atenazaba. Unos truhanes astutos cuyo único objeto, repito, consistía en ir malviviendo a pesar de todo como única forma de salir adelante en una España hostil ahíta de miseria. Y es por ello que debo romper una lanza en favor de estos menesterosos, frente a los que tildan de picarescas las acciones de ahora tratando de compararlas con las peripecias de aquellos pillos de tan ‘rancio abolengo’, aunque solo sea por la admiración que me suscita el género literario en cuestión. Los de ahora no son nacidos de la necesidad ni criados en la miseria precisamente, sino miembros de una casta privilegiada movidos por la codicia y que operan con total impunidad ante la complacencia del sistema. La destreza de los saqueadores de lo público de hoy nada tiene que ver con aquellos Rincón y Cortado, vagando por las callejuelas de Sevilla en espera de cualquier incauto, ni con el Guzmán de Alfarache, cuando narra sus miserias, ni mucho menos con Oliver Twist rindiendo cuentas al mezquino Fagin en la podredumbre del Londres victoriano, por citar algunos. Creo, por tanto, que se trata de otra cosa, dado que se ha sustituido la burla y la engañifa por otros procederes que sonrojarían, ya digo, al mismísimo Monipodio. Aquí, amigos, hay mucha crisis y muy pocos fondos públicos porque se los han llevado. Cierto es que la picaresca en España, que probablemente date desde mucho antes de lo que narra con primoroso estilo Vicente Espinel, Mateo Alemán, Quevedo o Cervantes, algunos años de experiencia tiene, consolidando así su arraigo entre la población. De manera que aquí el que consigue engañar al fisco no se ve con tan malos ojos como en cualquier otro sitio; es más, en ocasiones se les jalea y alienta envidiando su arrojo y destreza. Que levante el dedo de su muñón el que a la hora de hacer la Declaración sobre la Renta, por ejemplo, no sueña como burlar a la vieja madrastra. Pero no es lo mismo sisar algo, que todo el mundo está en su perfecto derecho, que ‘latrocinear’, que es una cosa la mar de fea, el dinero de todos. «Tuyo o ajeno duerme siempre con dinero» decían los clásicos, con lo que el apetito que ha despertado siempre el vil metal viene de antiguo fenicio… o de antes, que tampoco es que sea uno historiador ni nada. Pero, como ya digo, eso es peccata minuta herencia de los pillastres, rufianes y granujas del —para algunos— gran Siglo de Oro comparado con la retahíla de potentados y de políticos culpables de la llamada desafección popular que es inacabable y no pasa un día en que no aparezca algún rufián de cuello duro con el botín a buen recaudo. Pero como dijo Pablo Neruda, «El fuero para el importante ladrón, la cárcel para el que roba pan». Para los primeros haría falta que cundiera no el fuero sino el ejemplo del tal Falciani, ese ingeniero de sistemas al cual deberían hacer un monumento, aunque no sé si esto de luchar contra el verdadero poder, que es el económico, le traiga al final buenas consecuencias ya que en su frente llevará siempre, como el Caín de Saramago, una señal que lo delate frente a estos poderosos inmunizados amantes de los paraísos fiscales. Y digo inmunizados porque cuando no es por prescripciones de delito, errores de instrucción, o sentencias extrañas, emanadas por mentes calenturientas, se utiliza cualquier subterfugio en forma de figura retórica (un calambur por ejemplo, muy utilizado por el gran Gila) que parezca lo que no es con el fin de exculpar o desimputar, que es una palabra muy fea, a los inculpados importantes (los otros, al trullo directamente) pues, la ‘Omertá’ que rodea a todo este asunto es muy sospechosa y, si de pagar se trata, ya sabemos a quien le toca. En cualquier tiempo, aunque en estos de penurias como en los que vivimos más, la pobreza siempre ha tenido destino y dueño. Ya lo dijo Gabriel García Márquez rememorando un dicho de su Colombia natal: «Si la mierda tuviera algún valor, los pobres nacerían sin culo».

f. Cervantes gil.