No hay una sola vez que al editar una obra
condensada de relatos no se venere este breve género literario por antonomasia.
Sobre todo cuando el autor es un reputado escritor especialista en novela y por
lo que quiera que sea se incline en magnificar la narración corta permitiéndose,
por ser acreditado e insigne grafómano, lo que quiera. Hay quienes son amantes
de los relatos y quienes son de la novela, y hay también quienes lo son de
ambos géneros a la vez enalteciendo cada uno de ellos a conveniencia según lo
último que se haya escrito.
¿Por qué ese intento de exaltar la
narración corta? ¿Acaso ante el riesgo de que se considere como ‘género chico’ al
igual que ocurre entre la ópera y la zarzuela? Grandes escritores, dominadores
de ambos géneros, se deshacen en elogios al editar microrelatos y, sin embargo,
no tanto al hacerlo con una novela de no sé cuantas hojas pareciendo dejar
patente el predominio de un género sobre otro. Algo ocurre, no obstante, al elogiar
en demasía el relato y quiero pensar que no sea por pereza lectora, sino más
bien por las prisas en el desenlace frente a tener que soportar las primeras
veinte páginas esperando que la lectura te atrape. Y puede ser la
estacionalidad, cuando no la latitud que condiciona para casi todo, y la
lectura no podía faltar en una relación donde la miscelánea se torna tan irrelevante
como soporífera al acercarse los largos tiempos de tedio y asueto.
¿Por qué iba a decir un afamado escritor
como Javier Marías «Las novelas son muy
latosas y no pueden mantener el grado de intensidad de un relato, del que sí te
puedes sentir plenamente satisfecho», si no fuera porque acababa de publicar un
libro de relatos cortos?
Un microrrelato con fama de ser el no va
más además del más corto, de Augusto
Monterroso, titulado ‘El dinosaurio’,
dice así: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Siete
palabras que encierran, a juicio de los expertos, un estrépito de significados
y metáforas loadas hasta por el mismísimo Vargas Llosa. Si ellos lo dicen, desde
luego no hay nada que objetar aunque no acierto a entender (sin que esto
parezca demasiado difícil) tanto ditirambo cuando podría pasar perfectamente
como una ocurrencia ingeniosa, pero simplemente eso. Creo, sin embargo, que hay
que tener unos conocimientos profundos (que no son precisamente los míos) para
tildar de obra maestra —como parece ser que lo es— estas siete palabras.
Supongo que debe ser igual que pretender analizar o criticar un Kandinsky, un
Matisse o un Picasso (un Miró no porque me niego, lo siento) por citar algunos
que no representen solo lo que vería una cámara fotográfica, sin los elementos
de juicio necesarios.
Los relatos o cuentos son, por lo general,
breves narraciones de matiz envolvente o estructura circular, que suelen
terminar con algún elemento sorpresivo, inesperado o moraleja; y que, para que
funcione, ha de contar algo que debamos intuir o imaginar.
Un relato es literatura condensada; un
ejercicio de síntesis. Es como estrujar una raíz y aprovechar su jugo, o
extraer la esencia de una historia comprimiéndola.
Julio
Cortázar
decía, haciendo un símil pugilístico: « En una novela el autor trata de vencer
al lector por puntos, mientras que en el relato lo derriba por k.o.».
Cuando a Borges le preguntaban acerca de su pasión por el relato, y el por
qué no escribía una novela, decía: « Para qué quiero escribir trescientas o
cuatrocientas páginas si lo que yo quiero decir lo hago en tres o cuatro».
Marina
Mayoral,
otra eminente cuentista, se refería así acerca del relato: « Una novela es como
un veneno lento; un relato, un navajazo».
Rosa
Montero,
insigne escritora y articulista, da en el blanco cuando dice que las grandes
obras o novelón monumental son operaciones a corazón abierto mientras que los
microrrelatos son eso, una pastilla de miel y limón para cuando te raspe un
poco la garganta.
Augusto
Monterroso,
el autor del que antes hice referencia como poseedor del relato más corto y
célebre jamás escrito, ‘El dinosaurio’,
considerado tan importante como Cortázar o Borges, dijo: «Lo importante es la
historia que se cuenta no como se cuenta.
Y Baltasar
Gracián, aunque no tenga nada que ver, porque pertenece al gremio de las
frases célebres, decía aquello de: «Lo breve si bueno…». Sin embargo, también
merece especial mención el verso suelto de Espronceda
Leve/breve/son, del ‘Estudiante de Salamanca’, tipificado
como poesía cuando también podría pasar por un microrrelato ¿o no? Porque si lo
es el de Monterroso…
Tal vez todo lo expuesto sean solo excusas
y justificaciones ante la imposibilidad de escribir un tomo de cientos de
páginas capaz de mantener el interés del sufrido lector. Casi todo el mundo
puede escribir un microrrelato o narración breve —ahí está Twitter con sus
ciento cuarenta caracteres para atestiguarlo—, sin embargo pienso que se precisa
de una amplia imaginación, además de una rica narrativa, para estirar una
historia sin que se apoderen las musarañas del paciente interpretador.
Posiblemente sea esto lo que hace tender hacia el cuento que resulta eminentemente
más fácil ¿o es la prisa por contar cosas lo que lleva hacia ello? La duda se
apodera como siempre de mis apreciaciones, por eso… Mía es, amigo lector, la
disyuntiva. Tuya, sin duda, la mejor conclusión.
f. Cervantes gil.
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