domingo, 3 de agosto de 2014

Resiliencia

Cuando aportaba mi granito de arena en aquel escenario laboral de antaño (o en mi época de ‘activo’ como se dice ahora porque así parece más importante aquello que hacías), conocí a un tipo de la Administración —buen tipo, por cierto—, al que le gustaba departir todo lo que se relacionara con la mecánica. Enamorado de la misma, siempre andaba detrás de aquellos con los que creía poder sostener un diálogo más o menos técnico que, como él decía, recordara sus viejos tiempos. No sé si era por arrobo hacia esa parte de la física o por trasladarse a tiempos pretéritos donde lo único que se echa de menos es la juventud, pero tanto le daba abordar el diagrama hierro-carbono como la escala de Mohs o la resistencia de materiales siempre que le valiese para ahondar en el mundillo de los metales y la cinemática. Cierto día, comentando acerca de las propiedades de los metales, de improviso me soltó: « ¿te acuerdas de la resiliencia?». 

La resiliencia se definía entonces como la propiedad que tenían algunos metales para poder soportar golpes, absorbiéndolos. La verdad es que con una definición tan baladí no podía por menos que pasar desapercibida y arrinconada dentro de los confines tecnológicos sin concedérsele la menor importancia, sobre todo, cuando existían otras de mayor fuste y postín como la ductilidad, la maleabilidad o la dureza. Pero hete aquí que, y seguramente os habréis dado cuenta, la palabra en cuestión se ha puesto de moda hasta hacerse omnipresente; y se educa, tomándose prestado de la física, para conocer las capacidades humanas. Tanto, que se ha metido en casi todas las situaciones o estados ya sean psicológicos o de cualquier otro cariz, ‘obligando’ a ser recogida por el Diccionario de la RAE en 2010 como: «capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite», que a fin de cuentas era lo que tenían que soportar las pobres chapas al ser golpeadas ¡Quién lo iba a decir! ¡Qué falta de previsión! Desde luego nadie podía sospechar entonces la importancia que escondía aquella banal definición que iba a llegar a convertirse en un término tan de moda ya que entonces, quizá por el apogeo de los términos boxísticos, solo se empleaba lo de encajador, sufridor, paciente, etc.; pero, en ningún caso, resiliente. 

Esto viene a colación porque, aparte de que se otorgue al idioma el dinamismo que demanda la calle, hay vocablos que alcanzan su acepción neologista a fuerza del abuso habitual por mor de cierta progresía idiomática que, con un snobismo galopante, se apodera de sintaxis y prosodias por doquier. La moda e imposiciones políticas, ideológicas, etc., obligan a utilizar conceptos que todo el mundo suscribe sin el menor análisis, abundando así frases huecas y romas como: ‘para nada’ (que se emplea para casi todo) o el manido ‘sí o sí’ (que resulta, a todas luces, insufrible). Y no digamos cuando se acerca cualquier período electoral donde los políticos, con tal de atraerse el voto, son capaces de lo indecible. Atrapan palabras aplicables a cualquier situación resultando que, cuanto más floreadas y redundantes son, más difíciles de enlazar con la esencia de su significado resulta, estableciendo una jerigonza realmente sorprendente. Y aquí aparecen, por arte de birlibirloque, las archiconocidas para cuando se dan estas situaciones, como: bisagra, marco, pinza, geometría variable, asimetría, indexación, etc. Y, sobre todo, la manipulación y perversión del ‘masculino genérico’ donde, de manera entusiasta, establecen diferencias entre género y sexo llegando a difuminar la línea que los separa. El ‘masculino genérico’, como todos sabemos, nació y se utiliza como economía del lenguaje, llegándose a instituir como una norma lingüística; pero, como tantas otras, pervirtiéndose por causa de la jerga política y periodística de la que antes hacía mención. El desdoblamiento del sustantivo en su forma masculina y femenina, dice la Academia, es artificioso e innecesario desde el punto de vista lingüístico. Sin embargo, estas joyas del mal uso, siguen con sus adeptos aunque suene a recochineo. Les da igual porque, al parecer, los votos recabados supera la vergüenza producida. Recuerda a la torpe verborrea pseudo feminista de la que hizo gala una ex Ministra de infausto recuerdo a la que se le caían los silogismos al compás de sus caderas en un alarde idiomático sin precedentes. Me dan ganas de apagar la televisión cuando oigo lo de andaluces y andaluzas, por ejemplo, porque puedo admitir lo de andaluzas si se dijera andaluzos, pero no es el caso. Lo políticamente correcto llega hasta el paroxismo y no son nada más que esfuerzos banales para quitar hierro al concepto. Los autores de estas perífrasis lo que delatan es un extraño sentimiento de culpa obteniendo, en muchos casos, el efecto contrario al que persiguen o cayendo en el ridículo. Y el colmo es cuando se introduce la arroba (@), que no es un signo lingüístico precisamente, para englobar ambos sexos, que no géneros, ya que las personas solo tienen género cuando van vestidas (es un decir). El género es para las cosas (mesas, casas, árbol…). No es que quiera impartir una clase de Lengua porque hasta ahí no llego, pero es ineludible no acordarse de los análisis morfológicos y sintácticos que diariamente nos hacían aprender, glaciación arriba, glaciación abajo, en la escuela, y que ahora, a juzgar por los resultados, deben prescindir de su uso. 

Tenemos un idioma rico en recursos idiomáticos…, pero una cosa es rico y otra redundante como quieren hacer a ‘machamartillo’ los que necesitan el voto con tal de no emplear el masculino genérico. Si con tantas definiciones para una sola cosa no hay Dios que domine el idioma, encima le agregamos palabras que solo llevan a confusión. Por eso el inglés, haciendo honor al sentido pragmático de quienes lo inventaron, se ha convertido en el idioma universal por antonomasia porque sucede todo lo contrario: una sola definición para varias cosas, consiguiéndose así la simpleza, la brevedad y, sobre todo, lo comercial que lo consagra. Hay palabras que, llevadas por un snobismo espeluznante tanto por su definición como por su etimología, resultan tan ambiguas que podrían emplearse en cualquier oración y para cualquier cosa y solo llamaría su atención la ridiculez de su empleo. Y otras de etimología tan oscura como la pócima que administraron por el oído al rey Hamlet, que los diversos traductores del genial ‘Saquespeare’, como diría Menéndez Pidal en aquella célebre conferencia que levantó tan general murmullo, no se ponen de acuerdo. Algo similar a la nueva factura de la luz, que también nos deja totalmente a ciegas. O como ‘entelequia’, que puede ser desde matemática hasta cualquier otra cosa y casi todas sin aplicación, o aplicándose a todas. Brrr… 

Post Scriptum. 
¿Y parámetro? ¿Qué es un parámetro? (aunque esto no tenga mucho que ver con lo anterior). ¿Alguien lo ha analizado alguna vez? Si paramilitar es algo parecido a militar, pero que no llega a serlo, y parafarmacia lo mismo, convendremos en que parámetro es algo que no llega a ser un metro ¿Un centímetro quizá? ¿El metro de Granada? No sé, quizá se me ocurra un ‘ensayo’ acerca de ello próximamente. Y no es una amenaza. 

Hasta pronto. 

francisco cervantes gil

2 comentarios:

  1. Lori R. López dice que sus libros son un ¡¡festín de palabras!! Digo lo mismo de esta lectura.
    Jimena

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  2. Jimena, gracias por el comentario y por el paralelismo con la polifacética, genial y jovial Lori que, entre otras, es la preferida de una de mis hijas que es un poco tenebrosa. Solo pretendo amenizar un poco la web.
    Saludos.

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