jueves, 10 de septiembre de 2009

MENSAJES, RECADOS Y OTROS SESGOS DOCTRINALES

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D. Antonio Canalejo Cantero alias «El braguitas», dicho con el mayor respeto y consideración, fue nuestro profesor de matemáticas durante los dos cursos de Maestría Industrial allá por el pleistoceno inferior situado en el año 67 del siglo pasado.
Sus métodos didácticos eran bastante buenos a juzgar por las pírricas notas promedias (sin que esto vaya en menoscabo de D. Antonio, faltaría más). Digo lo de promedias porque el insigne «profe» solía repetir de cuando en cuando (pegando su huidizo mentón al gaznate para lograr así la entonación grave y solemne que la transmisión requería):

«La ley de los grandes números es compensatoria» (…)

Si no era atribuible al tema de las notas, jamás entendí a que se refería.
¿Era un mensaje criptológico para que no lo pudiera captar nuestro pobre intelecto y poder descifrarlo más adelante una vez hubiese madurado el mismo? Jamás lo supe. La verdad es que si realmente hubiera despertado nuestra curiosidad, le habríamos preguntado que explicase aquella jerga febril. ¿O fui yo el único que se quedó con la duda?
Tampoco habría nada de extraño en ello dado mi cruel trayectoria por el mundo de las ciencias exactas, más parecido al periplo de Odiseo que a otra cosa.

Con el tiempo, sin embargo —y como me perseguía la, para mí, extraña cantinela—, supuse que todo aquello tenía que ver con la ley de las probabilidades, sobretodo, cuando vi una película cuyo argumento trataba sobre la vida de un jugador de casino. Es decir, la tendencia hacia el promedio de cualquier valor comprendido entre cero y uno. Lo extraño es que, si aquello se refería o relacionaba con la Estadística, cosa que no dimos y que no sabíamos ni lo que era, ¿Por qué demonios entonces nos golpeaba con el dichoso mensaje subliminal como si de la gota malaya se tratase?



La Fábula, que es otra forma de mensaje elevada a género literario y de la que generalmente concluye en alguna enseñanza o moraleja de carácter instructivo, lo entendió muy bien Esopo que logró cultivarla hasta la perfección haciendo más verosímiles a sus animales protagonistas que a los otros que lo leían.

El padre del Insigne Hidalgo, Príncipe de los Ingenios (cuyo nombre omito para no caer en cualquier ridículo homónimo), también dejó su impronta con las Novelas Ejemplares, llamadas así porque «no hay ninguna de quien no se pueda sacar un ejemplo provechoso» (1), sobretodo, de carácter moral, social o estético.


Lo de «Ridículo homónimo», quizá requiera alguna explicación por mi parte.
Veréis: yo no tengo ni la más maldita culpa de apedillarme igual que el Ingenioso sujeto, lo juro; y tampoco la tengo si algún insensato osa echar mano de las odiosas comparaciones. Bien es verdad que lo llevo con el estoicismo propio que me otorga mi más que humilde prosapia.
En la época de estudiante siempre cargué con el nombre de familia que me tocó en suerte y que tan afortunado les parecía a los demás, porque, por el simple hecho de portar tal crédito, ya tenía que ser el más brillante, lúcido e inteligente de todos. En ocasiones esto se venía abajo, sobre todo, cuando ocurría algún «gatillazo» al salir al encerado tratando de explicar la demanda del solícito «profe» de turno, donde, además, debía sentirme agradecido, cuando no halagado, por tal deferencia.

En cierta ocasión, más tarde, y ante el elogio que debía suponer para mí portar un apellido tan ilustre y después de una nefasta entrevista de trabajo, no tuve por menos que responder con despecho en vista del resultado: Sí señor; para servir a Dios y a usted, porque a mí no me sirve de ná. Huelga decir que al término del comentario quisieron darme el empleo, pero no acepté porque, el mismo, no resultaba ser basura (entonces no se utilizaba este término tan yankee), sino una auténtica mierda.


Siguiendo con el tema que hoy me trae hasta vosotros, un tal Jesús de Nazaret, el gran Rabí, utilizó la estratagema de las parábolas para hacer llegar a la plebe su mensaje de verdad espiritual porque suponía que, de otra forma, las rudimentarias mentes de aquellos pobres diablos que alrededor congregaba, no iban a entender de la misa a la mitad (lo de la misa, en verdad, sería un invento posterior, aunque lo cierto es que no estoy muy al tanto de estas averiguaciones).

Lo lamentable es que, aún hoy en día, utilicen la misma técnica pero convirtiéndolas en sermones, que aún es peor, para difundir lo mismo sin tener en cuenta la evolución neuronal (¿O es que piensan que no la hay?) obteniendo cada vez peores resultados. Señores o monseñores: pueden seguir utilizando el latín como antaño en vez de la lengua vernácula, porque para el caso da lo mismo. ¿Alguien en su sano juicio ha prestado alguna vez atención al sermón largado después del Evangelio aunque sea de San Mateo? Verdaderamente, se necesitan unas dotes de concentración realmente admirables.



En realidad, mal que bien, todo intento de comunicación tiene su lado positivo y, en algunos casos, hasta efectos admirables, destacando de entre todos, a mi modo de ver, el género Epistolario cuyo objetivo prioritario es la exposición de ideas de carácter didáctico, moralizador, o simplemente, lúdico. No hay nada más hermoso que una epístola o carta, y si es manuscrita aún mejor.
Pero resulta que una extraña ralea denominada políticos, usan y abusan para sus raquíticos mensajes de algo denominado Demagogia, adornándola con toda suerte de retórica y que podría encuadrarse dentro del «Discurso parenético» que, como sabemos, no tiene otro fin que persuadir, exhortar, estabular y, hasta en algunos casos, amonestar.
Y esta forma de mensajería se la pueden meter por donde les quepa, ya que, afortunadamente, de ellas pocas cosas se pueden extractar siendo, en todo caso, negativas de haber alguna. Afortunadamente ya no engañan a nadie a pesar de que piensan que somos lelos. Ahora la gente, la plebe, la horda, el vulgo, la turba (como en el fondo piensan que somos), se fía más de las opiniones de su entorno más cercano ya sea amigo, vecino o familiar, antes que del lechuguino engominado de verbo fácil que sale en cualquier medio de comunicación (y si éste, me refiero al medio, es afecto, mejor que mejor) con cara de peluche y de no haber roto nunca un plato. Y, para que se jodan, eso sí que ya va siendo progreso.


Por mi parte y como también quiero sacar alguna conclusión o extracto positivo, como si de una Novela Ejemplar se tratara, me propuse ya hace tiempo poner en práctica la tan traída y llevada compensación de los grandes números que «mensajeaba» nuestro querido «profe», por aquello del promedio, jugando siempre la misma combinación en la Primitiva, entendiendo, como dicen, que los diferentes sorteos efectuados guardan relación entre sí; pero, lamentablemente a su vez, ignorando cuantas vidas serían necesarias cumplir para que resultara el conjuro, porque empiezo a sospechar que se trata más de eso que de una ley por muy de grandes números que sea y gestione.
No desespero, sin embargo, ya que lo he convertido en un reto personal independientemente del ansiado premio. Confío, no obstante, que no ha de pasar mucho tiempo en que llame al Sr. Canalejo, al entrañable «braguitas» (si para entonces ambos lo contamos) para decirle que llevaba razón, que estaba en lo cierto, pero que es un malandrín que me ha tenido en vilo todo el tiempo.


(1) Lengua y Literatura. J. Manuel Blecua. 4ºcurso bachillerato laboral (2º de Oficialía). Aconsejo releer de nuevo al que lo tenga.

Francisco Cervantes gil
Granada. Septiembre 09

1 comentario:

  1. Me llamo Francisco Cervantes Gil y estudie el bachillerato con este libro, era el preferido de mi profesora. Supongo que no somos parientes, si quiere puede ponerse en contacto mi correo es distlancel@hotmail.com Saludos. Francisco

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