Todo
empezó cuando le dije que en el teatro Isabel la Católica iban a representar
‘La casa de Bernarda Alba’ de
Federico García Lorca. No oye muy bien, pero esto lo cazó de inmediato. Tal vez
porque la obra, y el hecho de ver en escena a la ‘Poncia’, la excita de tal
manera que pone como hoja de perejil a todos los personajes, sobre todo a la
Poncia por su complicidad con Bernarda. Tanto fue así que, con un gritito de
satisfacción acompañado del clásico batido de pestañas, respondió de inmediato: «Oh,
‘Rai’, me llevarás ¿verdad?»
A
mi mujer le parece bien que en todos sitios se sientan orgullosos de sus
paisanos célebres «pero como aquí en ningún lado —dice ella—, siempre dando la
murga con Lorca, Ganivet, y Pedro Antonio. No hay día que no aparezcan en el
periódico, al igual que el Alcalde. La verdad es que se pasan de chovinistas; no
he visto una cosa igual».
Yo
sí. A ti. Cuando reivindicas a los Hernán Cortés, Pizarro y Espronceda como
ilustres extremeños. En todos sitios cuecen habas, cariño, y cuando se trata de
ensalzar a los paisanos ilustres se tiende siempre a la exageración. Sin
embargo, algo cambió cuando hace algún tiempo la llevé a ver ‘Bodas de Sangre’ y ‘Mariana Pineda’ y, sobre todo, cuando leyó aquella preciosa elegía
que tanto la emocionó: ‘Llanto por Ignacio Sánchez Mejías’, con lo que a ella
le gusta todo lo que se relacione con el toreo. A partir de ahí el idilio con
Federico resultó abrumador y ya no despotrica tanto de que se le mencione a
diario en los ‘medios’. Hasta por la
Huerta de San Vicente tenemos que ir forzosamente siempre que
pasamos cerca del parque que lleva su nombre, para impregnarnos, hasta el
tuétano, del aura que envuelve la antigua residencia de verano del autor del
Romancero.
— Claro que sí—respondí. Además hacen descuento
a jubilados y estudiantes.
—
Estupendo,
como estamos jubilados, ya es hora de que nos beneficiemos de algo.
—
Es
verdad, pero será solo por mí que soy el que está jubilado, por ti no
descontarán nada.
—
Anda,
y porqué. Tú siempre has dicho que estamos jubilados los dos.
—
No
cariño, la jubilación es mía; no tuya. No, oficialmente.
Para
qué quise más. Siempre me pasa lo mismo. Y todo por no usar mi suave mano
izquierda; por no utilizar la verborrea políticamente correcta y por no
edulcorar la cosa, del tipo: «mira, nena, bonita, es que, para los que trabajan
en la cosa pública, que son tontos del culo, el único jubilado a efectos
funcionariales soy yo. Además tú estás muy bien así, tonta, para qué quieres
complicarte la vida. Jubilada, qué idioteces, por favor, con lo que avejenta
eso.
—
¡Y
un cuerno! Claro, ya me lo veo venir.
Nosotras no nos jubilamos nunca. De hecho hago lo mismo desde que dejé de
trabajar.
—
Ves,
tú también dejaste de trabajar. Como yo.
—
Desde
que dejé de trabajar fuera de casa, digo, porque dentro de ella, no he parado y
lo que te rondaré morena. Sin embargo tú, entre aficiones, hobbies y demás, no
das un palo al agua. Así que, a partir de ahora, a repartir las faenas del
dulce hogar, porque estoy hasta el moño de tanto fregar.
—
Pero
cariño, si hay días que me faltan horas. No querrás que me frustre y se vuelva
a adueñar de mí el estrés dañino.
—
Pero
que cara tienes, Raimundo— clamó con los brazos en jarras. Tendrás que arreglártelas.
Menos música clásica, óperas y, sobre todo, menos darle que te pego al
ordenador ese. Lo demás, como el ejercicio y la pintura te lo dejo, porque, lo
primero evita que se adueñe de ti la forma del sillón y lo segundo, me gusta.
—
Puedes
abusar de mí que ya me tomé el sedante — repuse irónico. ¡La música! De eso ni
hablar, no sabes lo que dices. La música clásica despierta los sentidos y las
neuronas. Es como hacer sudokus. Estimula el yunque, el lenticular y hasta el
estribo y, con el tiempo, te puede ahorrar el sonotone. De hecho, fíjate en el
oído tan fino que tengo y no el tuyo que poco a poco lo estás perdiendo por no
cultivarlo. Siempre con el Sálvame ese, la isla de los estúpidos y el baile de
los malditos. Eso, cariño créeme, acaba con los cerebros.
—
Y
tú con el punto pelota o como se llame, que parece un manicomio con un balón de
por medio, ¿qué?
—
Sabes
perfectamente que uso esos programas como somníferos. De hecho cuando el
Pedrerol, con cara de guasa, se propone anunciar lo del Sportium ese, sabes que
apago la tele y me voy a la cama sonámbulo perdido.
El mohín de contrariedad ya no la
abandonaría tan fácilmente, si lo sabré yo. A la mañana siguiente me tocó hacer
la cama ante su mirada inquisidora. Ni una arruga me dejó hacer con lo bien que
se me dan. El nidito de soltero flotaba burlón encima de mi cabeza como un
espectro ¡Ah, qué años aquellos donde la cama francesa se imponía! Y esto solo era
el comienzo. Eso sí, quedó claro que la limpieza era una cosa, pero que lo de la
cocina ni hablar. Por muy de Silestone que fuera la encimera nadie me vería
sobre ella blandiendo ningún aparataje culinario.
El acuerdo, si no quería engrosar la nómina
de los sesentones asquerosamente divorciados, fue poco traumático porque somos
civilizados y todas esa cosas que se dicen ahora con tal de disimular la
frustración del fracaso; no obstante, confiaba en que, como el tiempo termina
difuminándolo todo (que se lo pregunten a Rajoy si no), las aguas tornarían
pronto a su cauce porque, conociéndola, ¿qué íbamos a hacer el uno sin el otro?
—
¡Raimundo!
—Siempre me llama así, enfatizando cada una de las sílabas, cuando tiene que
reprocharme algo— ¡La persiana ni sube ni baja; la lavadora no abre la puerta y
mi televisión no se ve!
—
¡Busca en las páginas amarillas,
cariño, que estoy con el sofrito!
FIN
Ay, ay!! La generación de hombres que se casaron en la década de los 60. Al que ayudaba a su mujer en las tareas de la casa le llamaban calzonazos. Ahora están jubilados y dedicados a sus aficiones y hobbies y se enfadan si se le pide colaboración con los quehaceres del hogar donde viven.
ResponderEliminarLas profesionales de sus labores tienen un máster en economía y no tienen jubilación, si quieren cultura, el marido tiene los descuentos.
Jimena Sánchez
hola Jimena, cuánta razón contiene tu comentario el cual agradezco. Yo no me casé en los sesenta sino en los ochenta y te aseguro que hay un porcentaje muy alto como el tal Raimundo. En todo caso, está escrito en clave de homenaje a todas las que tienen que sufrir tales circunstancias y que es fruto de la cultura recibida (cultura de costumbres, no de la otra). Un saludo:
EliminarPaco Cervantes Gil.
Decía C.J Cela que "cortando cojones se aprende a capar". Cervantes, en ésta ocasión y arropado de una notable naturalidad y sobriedad expresiva sin pretensiones, has cuajado un relato que me gusta. Creo, amigo Cervantes, que has hecho escribir al lector que llevas dentro.
ResponderEliminarPero no es ésta la razón que me mueve a escribir esta nota, sino la de comentar la tendencia de los hombres a dispersarnos en nuestros propios vicios y no ha colaborar en las tareas del hogar. Viene de lejos y nos lo enseñó un viejo adagio de tintes religiosos que decía: "Gracias Señor por no haberme hecho mujer". MARIANO MARTÍN