Quisiera desgranar estas líneas que el cariño me dicta sin desembocar en la Elegía, pues no queremos llorar en modo alguno sino homenajear en todo caso, y aunque con sólo mi empeño sea quizá insuficiente para trasladarnos a aquella época, no voy a renunciar al disfrute de plasmar algunos momentos y andanzas que surgen al bucear en mi memoria.
Corría el año 61 la primera vez que vi a Amadeo Benito Aparicio. Me pareció, con aquellos pantalones cortos, un mozalbete rollizo, pecoso y más colorao que un tomate; con un disparo a puerta notoriamente destacable a edad tan temprana y cierto aire pueblerino dada su apariencia circunspecta y bonachona. Durante siete años coincidimos siempre en la misma Aula y, las más de las veces, en el mismo dormitorio ya que casi íbamos seguidos en el orden alfabético. Con el tiempo se convirtió en adalid de la algazara y la chanza llegando a ser un fino estilista de puro en ristre y copa corta.
El otro día, en mi habitual paseo vespertino en compañía de mi mujer y en un bar cercano donde solemos departir y ver pasar la vida a través de sus grandes ventanales, oí tras de mí una exclamación muy familiar: era característica tuya Amadeo, amigo. De inmediato me viniste a la memoria sirviendo de comentario entre nosotros por la coincidencia del aforismo o sentencia y ya no pude dejar de darle vueltas al asunto. Tanto me sorprendió que le pregunté al dueño del estridente vocablo su procedencia, porque obviamente ni él ni los paisanos que le acompañaban eran de estos Lares, diciéndome que era de Vitoria —si me llega a decir que de Aguilar de Campoo, además de erizárseme el vello le hubiera exigido el copyright—. Ya me parecía a mí.
Se que no te molesto allá donde estés porque fuimos grandes amigos en esos tiempos donde uno se cree invulnerable, talones incluido. Sin embargo, siento que te debo algo: un saludo, un abrazo o acaso un adiós; pero es que te fuiste tan intempestivamente y tan de improviso, que ni siquiera tuve tiempo de enunciar nada. Supongo que a todos nos pasó lo mismo.
Cuando aun resuenan los ecos de nuestro último encuentro, coges y te piras. Desde luego no puedo reprocharte tu huida ya que quien te reclamaba tiene un poder de convocatoria demoledor e ineludible. Lo entiendo. Y también se que lucharías con denuedo, bragado y de frente como a ti te gustaba ir y, a tenor de los resultados, ni aún así pudiste zafarte del infortunio, de la bestia. Ahora que de nuevo nos habíamos encontrado y rememorado peripecias, te largas y nos dejas a todos con un palmo de narices cuando más necesitados estábamos en cargar las pilas de la nostalgia, esas cuyo ácido deslavaza el paso del tiempo en un endiablado compás.
¿Qué fuerza tan irresistible y enigmática tiene esa llamada, Benito, que se adueña de nuestra voluntad y nos desarma? ¿Por qué se arroga ese poder de seducción que nos amilana y nos doblega? Y, por último, ¿Abduce como cuentan, o qué cojones es lo que se ha creído? Mira que te dije que no acudieras a la cita si se terciaba, cuando estuvimos hablando de lo mío ¿Recuerdas?, y donde referí no haber hecho ni puñetero caso a su convite. Ahora comprendo que no fue un reclamo como tal y que si salí ileso de la supuesta cita no se me ha de atribuir por ello mérito ni reconocimiento alguno, sino porque en realidad no ocurrió, de modo que no tengo, además, conciencia de que lo hiciera. Al final, todos tendremos que sucumbir, sin poder esquivarlo, al influjo de su infame llamada, esa que con tan malas artes practica y de la que se siente tan ufana y satisfecha, la muy bellaca. Y, por otro lado, ¿porqué no avisaste a tiempo? Habríamos improvisado entre todos un protocolo de emergencia para hacerla desistir de tan ruin felonía uniendo nuestras fuerzas como cuando ocurrió lo de la pintura en el encerado del aula, indecorosa a juicio de Fray Pampín. ¿O es que ya no te acuerdas que no pudieron con nosotros?
De aquel curso del 67 eres el tercero del aula que se va y ya está bien ¿sabes? Pero sé paciente y espera porque todo no van a ser malas noticias, hombre, seguro que allá adonde te destinen te vas a encontrar, entre otros, con el socarrón del «Puerta» apostado indolente en el umbral y esbozando aquella sonrisa de medio «costaíllo» a lo Richard Widmark que tanto le caracterizaba; te reprochará, sin duda ninguna, que no te sacaras el carné de juez y cronometrador ya que con él tendrías franca la entrada en muchos sitios interesantes de allí. Te encontrarás también, como no, con «Telesforo», tranquilón como siempre y pensando en voz alta; quizá podáis reeditar de nuevo la idea aquella del movimiento continuo que con tanto secreto pergeñasteis en comandita. Seguro que esta vez resultará exitosa porque allí no habrá rozamiento, supongo ¿no, Benito? Recuerda que el rozamiento era lo que, al final, hacía detener aquel artilugio giroscópico provisto de brazos opuestos y de deslizantes contrapesos; pero una cosa, Amadeo: si acaso lo consiguierais, por favor no lo divulguéis, pues, ya sabes que las grandes multinacionales están siempre ojo avizor y lo boicotearían sin piedad como seguramente han hecho con otros tantos inventos. Dejadlo para cuando nos reunamos todos en ese sitio, delicioso por otra parte ya que nadie regresa, y así lo celebraremos a lo grande.
Tú, tan sutil y taimado ¿Cómo te dejaste embaucar por el ente vaporoso y abstracto? Con tu pronto y tu carácter sólo se me ocurre una respuesta, y es que, preferiste irte en paz antes que sufrir los terribles efectos de una prórroga. Si es así, amigo Loria, dime donde hay que firmar que yo también me apunto. Por cierto, sé de la etimología de «Loria», no te creas; pero descuida, no la revelaré. Me la contó el «Pulpo», otro gran amigo tuyo. Es curioso, tú que pusiste apodos a casi todos los del Aula —que se lo pregunten al «Gance» si no—, resulta que nadie sabía lo que significaba el tuyo. Urdidor y maquiavélico, siempre anduviste presto para pasártelo en grande, truhán, y a veces altanero: un chulo, vamos; o es que ya no te acuerdas de cuando, con voz grave, decías: «donde me pongo yo, no se pone nadie» y al sentir sobre ti el peso de las miradas, asombradas e inquisidoras, de los que estaban alrededor por MOR de tan altiva frase, entonces sentenciabas ocurrente: «…Por la ley de la impenetrabilidad».
No creas, perillán, que te dedico estos guiños floreados y barrocos porque ya no estés y te hayas ido, pues también dejas un legado pródigo en fechorías y putadas, que para qué las prisas, dignas todas ellas del Clan de los de Aguilar revoltosos y bullangueros siendo tú el principal urdidor, que no hacedor, de todas las travesuras, pero tan sibilino que hacías ver que los verdaderos autores de las barrabasadas eran obra del «Tutini» o del «Mono»; del «Pulpo»menos porque era el más formal y probo. ¿O es que ya no te acuerdas, cabroncete, del «Tela huma» donde el «Tutini» era el encargado de avisar al incauto portador de la colilla que alojada por arte de birlibirloque en el bolsillo amenazaba abrasarlo, mientras tú y el «Mono» os descojonabais de la risa?; ¿o de los asaltos o «palos» a los armarios de aquellos que recibían generosos paquetes con chorizos y otras golosinerías del pueblo? A ver si ahora vas a pasar por un santo próvido de esos que tanto cuestionabas, granuja.
Al hilo de esto, en una ocasión me confesaste que no eras ateo como todo el mundo creía, merced a tus pintorescas imprecaciones laicistas, sino que también tenías tus creencias aunque bien es verdad que sin saber exactamente en qué. Ahí estuvimos los dos de acuerdo. Convendrás conmigo, después del paso del tiempo, que es tremendamente difícil poseer fuertes convicciones y, sobretodo, llegar a la esencia de las cosas. En ese sentido, querido Amadeo, sigo siendo el mismo. Dirás que es muy fácil quedarse al margen y otear a distancia, y es cierto, pero que quieres que te diga, en este asunto, ya que somos jóvenes, tiempo habrá para concreciones y exploraciones del pensamiento metafísico. Las dudas existenciales y metódicas, no hacen más que complicar las cosas, créeme. De modo que dejémoslo así, de momento. Let it be.
Bueno Loria, en acabando estoy. Podría, no obstante, relatar tantos lances y tantas peripecias que esto se haría largo de leer, aunque, donde el tiempo no existe como es tu caso, puede uno permitirse perder todo el que le de la gana ¿o no?; también de cuando nos fugábamos, en alguna ocasión, las clases del plasta aquél de Tecnología que no se enteraba de la película ni de quien faltaba, por ejemplo; o cuando nos quedábamos en la habitación, durmiendo al tener el Taller a tempranas horas y no acudíamos a él, turnándonos claro no dos a la vez ya que podría resultar muy llamativo, y todo porque el profe de Ajuste, con su despiste oceánico, ni siquiera reparaba de la ausencia en aquel banco vacío. Aunque, fíjate, de esto no estoy tan seguro de que tú lo hicieras, en estas facetas eras algo más serio que todo eso, en contra de lo que pudiera parecer. Debes perdonarme si el paso del tiempo desvirtúa algunos de los pasajes que te dedico, pues, ya sabes que a estas edades suele producirse cierto prolapso en las neuronas cuando no se aletargan o descomponen, que esa es otra. OH, vamos! No te inquietes amigo, ya no estamos en la UNI, ahora podemos contar estas cosas. Que se jodan.
Desconozco si alguno de nosotros estuvo en tu entierro en Aguilar, sé únicamente lo que contó el «Sentella» que lo supo de primera mano ¿Recuerdas? Sánchez Sentella (con ese de Sevilla), el «Tirillas», que nos puso al corriente de todo lo sucedido. Al menos estuvo en representación de los demás, cosa que agradecemos, porque, ¿sabes Benito? Todos te recordamos, y lo hacemos por lo buen tipo que fuiste; por lo fuerte que le pegabas al balón, el que más fuerte; por formar la medular del equipo de fútbol conmigo —siguiendo a pies juntillas las indicaciones de Telesforo—, un honor; por ser el mejor tornero, bueno el mejor no, el que más trabajo sacaba porque eras un currante nato; por zaragata, travieso y bromista empedernido aunque lo disimulabas muy bien; y por ser de los más brutos en cuanto a imprecaciones se refiere, porque, mira que eras bestia, macho. Por todo eso, y por muchas más cosas, te recordaremos amigo. Ah! Y no te fíes de nadie allá donde te envíen o destinen, sigue en guardia y mantén los ojos abiertos como siempre, igual que cuando esperabas que se invirtiera algunas de las putadillas con que obsequiabas a la concurrencia, revoltoso. Detecta a tiempo las trampas y los engaños, que en sitios extraños nunca se sabe; recuerda siempre también que en ningún sitio atan los perros con longanizas y que, por el contrario, en todos ellos cuecen habas.
Hasta siempre, Loria.
Corría el año 61 la primera vez que vi a Amadeo Benito Aparicio. Me pareció, con aquellos pantalones cortos, un mozalbete rollizo, pecoso y más colorao que un tomate; con un disparo a puerta notoriamente destacable a edad tan temprana y cierto aire pueblerino dada su apariencia circunspecta y bonachona. Durante siete años coincidimos siempre en la misma Aula y, las más de las veces, en el mismo dormitorio ya que casi íbamos seguidos en el orden alfabético. Con el tiempo se convirtió en adalid de la algazara y la chanza llegando a ser un fino estilista de puro en ristre y copa corta.
El otro día, en mi habitual paseo vespertino en compañía de mi mujer y en un bar cercano donde solemos departir y ver pasar la vida a través de sus grandes ventanales, oí tras de mí una exclamación muy familiar: era característica tuya Amadeo, amigo. De inmediato me viniste a la memoria sirviendo de comentario entre nosotros por la coincidencia del aforismo o sentencia y ya no pude dejar de darle vueltas al asunto. Tanto me sorprendió que le pregunté al dueño del estridente vocablo su procedencia, porque obviamente ni él ni los paisanos que le acompañaban eran de estos Lares, diciéndome que era de Vitoria —si me llega a decir que de Aguilar de Campoo, además de erizárseme el vello le hubiera exigido el copyright—. Ya me parecía a mí.
Se que no te molesto allá donde estés porque fuimos grandes amigos en esos tiempos donde uno se cree invulnerable, talones incluido. Sin embargo, siento que te debo algo: un saludo, un abrazo o acaso un adiós; pero es que te fuiste tan intempestivamente y tan de improviso, que ni siquiera tuve tiempo de enunciar nada. Supongo que a todos nos pasó lo mismo.
Cuando aun resuenan los ecos de nuestro último encuentro, coges y te piras. Desde luego no puedo reprocharte tu huida ya que quien te reclamaba tiene un poder de convocatoria demoledor e ineludible. Lo entiendo. Y también se que lucharías con denuedo, bragado y de frente como a ti te gustaba ir y, a tenor de los resultados, ni aún así pudiste zafarte del infortunio, de la bestia. Ahora que de nuevo nos habíamos encontrado y rememorado peripecias, te largas y nos dejas a todos con un palmo de narices cuando más necesitados estábamos en cargar las pilas de la nostalgia, esas cuyo ácido deslavaza el paso del tiempo en un endiablado compás.
¿Qué fuerza tan irresistible y enigmática tiene esa llamada, Benito, que se adueña de nuestra voluntad y nos desarma? ¿Por qué se arroga ese poder de seducción que nos amilana y nos doblega? Y, por último, ¿Abduce como cuentan, o qué cojones es lo que se ha creído? Mira que te dije que no acudieras a la cita si se terciaba, cuando estuvimos hablando de lo mío ¿Recuerdas?, y donde referí no haber hecho ni puñetero caso a su convite. Ahora comprendo que no fue un reclamo como tal y que si salí ileso de la supuesta cita no se me ha de atribuir por ello mérito ni reconocimiento alguno, sino porque en realidad no ocurrió, de modo que no tengo, además, conciencia de que lo hiciera. Al final, todos tendremos que sucumbir, sin poder esquivarlo, al influjo de su infame llamada, esa que con tan malas artes practica y de la que se siente tan ufana y satisfecha, la muy bellaca. Y, por otro lado, ¿porqué no avisaste a tiempo? Habríamos improvisado entre todos un protocolo de emergencia para hacerla desistir de tan ruin felonía uniendo nuestras fuerzas como cuando ocurrió lo de la pintura en el encerado del aula, indecorosa a juicio de Fray Pampín. ¿O es que ya no te acuerdas que no pudieron con nosotros?
De aquel curso del 67 eres el tercero del aula que se va y ya está bien ¿sabes? Pero sé paciente y espera porque todo no van a ser malas noticias, hombre, seguro que allá adonde te destinen te vas a encontrar, entre otros, con el socarrón del «Puerta» apostado indolente en el umbral y esbozando aquella sonrisa de medio «costaíllo» a lo Richard Widmark que tanto le caracterizaba; te reprochará, sin duda ninguna, que no te sacaras el carné de juez y cronometrador ya que con él tendrías franca la entrada en muchos sitios interesantes de allí. Te encontrarás también, como no, con «Telesforo», tranquilón como siempre y pensando en voz alta; quizá podáis reeditar de nuevo la idea aquella del movimiento continuo que con tanto secreto pergeñasteis en comandita. Seguro que esta vez resultará exitosa porque allí no habrá rozamiento, supongo ¿no, Benito? Recuerda que el rozamiento era lo que, al final, hacía detener aquel artilugio giroscópico provisto de brazos opuestos y de deslizantes contrapesos; pero una cosa, Amadeo: si acaso lo consiguierais, por favor no lo divulguéis, pues, ya sabes que las grandes multinacionales están siempre ojo avizor y lo boicotearían sin piedad como seguramente han hecho con otros tantos inventos. Dejadlo para cuando nos reunamos todos en ese sitio, delicioso por otra parte ya que nadie regresa, y así lo celebraremos a lo grande.
Tú, tan sutil y taimado ¿Cómo te dejaste embaucar por el ente vaporoso y abstracto? Con tu pronto y tu carácter sólo se me ocurre una respuesta, y es que, preferiste irte en paz antes que sufrir los terribles efectos de una prórroga. Si es así, amigo Loria, dime donde hay que firmar que yo también me apunto. Por cierto, sé de la etimología de «Loria», no te creas; pero descuida, no la revelaré. Me la contó el «Pulpo», otro gran amigo tuyo. Es curioso, tú que pusiste apodos a casi todos los del Aula —que se lo pregunten al «Gance» si no—, resulta que nadie sabía lo que significaba el tuyo. Urdidor y maquiavélico, siempre anduviste presto para pasártelo en grande, truhán, y a veces altanero: un chulo, vamos; o es que ya no te acuerdas de cuando, con voz grave, decías: «donde me pongo yo, no se pone nadie» y al sentir sobre ti el peso de las miradas, asombradas e inquisidoras, de los que estaban alrededor por MOR de tan altiva frase, entonces sentenciabas ocurrente: «…Por la ley de la impenetrabilidad».
No creas, perillán, que te dedico estos guiños floreados y barrocos porque ya no estés y te hayas ido, pues también dejas un legado pródigo en fechorías y putadas, que para qué las prisas, dignas todas ellas del Clan de los de Aguilar revoltosos y bullangueros siendo tú el principal urdidor, que no hacedor, de todas las travesuras, pero tan sibilino que hacías ver que los verdaderos autores de las barrabasadas eran obra del «Tutini» o del «Mono»; del «Pulpo»menos porque era el más formal y probo. ¿O es que ya no te acuerdas, cabroncete, del «Tela huma» donde el «Tutini» era el encargado de avisar al incauto portador de la colilla que alojada por arte de birlibirloque en el bolsillo amenazaba abrasarlo, mientras tú y el «Mono» os descojonabais de la risa?; ¿o de los asaltos o «palos» a los armarios de aquellos que recibían generosos paquetes con chorizos y otras golosinerías del pueblo? A ver si ahora vas a pasar por un santo próvido de esos que tanto cuestionabas, granuja.
Al hilo de esto, en una ocasión me confesaste que no eras ateo como todo el mundo creía, merced a tus pintorescas imprecaciones laicistas, sino que también tenías tus creencias aunque bien es verdad que sin saber exactamente en qué. Ahí estuvimos los dos de acuerdo. Convendrás conmigo, después del paso del tiempo, que es tremendamente difícil poseer fuertes convicciones y, sobretodo, llegar a la esencia de las cosas. En ese sentido, querido Amadeo, sigo siendo el mismo. Dirás que es muy fácil quedarse al margen y otear a distancia, y es cierto, pero que quieres que te diga, en este asunto, ya que somos jóvenes, tiempo habrá para concreciones y exploraciones del pensamiento metafísico. Las dudas existenciales y metódicas, no hacen más que complicar las cosas, créeme. De modo que dejémoslo así, de momento. Let it be.
Bueno Loria, en acabando estoy. Podría, no obstante, relatar tantos lances y tantas peripecias que esto se haría largo de leer, aunque, donde el tiempo no existe como es tu caso, puede uno permitirse perder todo el que le de la gana ¿o no?; también de cuando nos fugábamos, en alguna ocasión, las clases del plasta aquél de Tecnología que no se enteraba de la película ni de quien faltaba, por ejemplo; o cuando nos quedábamos en la habitación, durmiendo al tener el Taller a tempranas horas y no acudíamos a él, turnándonos claro no dos a la vez ya que podría resultar muy llamativo, y todo porque el profe de Ajuste, con su despiste oceánico, ni siquiera reparaba de la ausencia en aquel banco vacío. Aunque, fíjate, de esto no estoy tan seguro de que tú lo hicieras, en estas facetas eras algo más serio que todo eso, en contra de lo que pudiera parecer. Debes perdonarme si el paso del tiempo desvirtúa algunos de los pasajes que te dedico, pues, ya sabes que a estas edades suele producirse cierto prolapso en las neuronas cuando no se aletargan o descomponen, que esa es otra. OH, vamos! No te inquietes amigo, ya no estamos en la UNI, ahora podemos contar estas cosas. Que se jodan.
Desconozco si alguno de nosotros estuvo en tu entierro en Aguilar, sé únicamente lo que contó el «Sentella» que lo supo de primera mano ¿Recuerdas? Sánchez Sentella (con ese de Sevilla), el «Tirillas», que nos puso al corriente de todo lo sucedido. Al menos estuvo en representación de los demás, cosa que agradecemos, porque, ¿sabes Benito? Todos te recordamos, y lo hacemos por lo buen tipo que fuiste; por lo fuerte que le pegabas al balón, el que más fuerte; por formar la medular del equipo de fútbol conmigo —siguiendo a pies juntillas las indicaciones de Telesforo—, un honor; por ser el mejor tornero, bueno el mejor no, el que más trabajo sacaba porque eras un currante nato; por zaragata, travieso y bromista empedernido aunque lo disimulabas muy bien; y por ser de los más brutos en cuanto a imprecaciones se refiere, porque, mira que eras bestia, macho. Por todo eso, y por muchas más cosas, te recordaremos amigo. Ah! Y no te fíes de nadie allá donde te envíen o destinen, sigue en guardia y mantén los ojos abiertos como siempre, igual que cuando esperabas que se invirtiera algunas de las putadillas con que obsequiabas a la concurrencia, revoltoso. Detecta a tiempo las trampas y los engaños, que en sitios extraños nunca se sabe; recuerda siempre también que en ningún sitio atan los perros con longanizas y que, por el contrario, en todos ellos cuecen habas.
Hasta siempre, Loria.
francisco cervantes gil.
Granada, Junio 2009.
Granada, Junio 2009.
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